Creador polifacético, Gustavo Torner (Cuenca, 1925 – 2025), fue recordado en la Academia con el elogio pronunciado por Tomás Marco, compositor y director de la Institución, en el que combinó memoria personal, reflexión estética y reconocimiento a la trayectoria de uno de los grandes artistas españoles del siglo XX.
Torner fue una figura clave del arte español y es relevante su gran aportación a la cultura. Autodidacta y poseedor de una brillantez intelectual singular, desarrolló una extensa trayectoria artística. Desatacó como pintor, escultor y creador versátil, ampliando su creación a los campos del diseño, la escenografía, el grabado o la asesoría artística. Realizó obras públicas emblemáticas en Madrid y Cuenca y participó en proyectos museográficos, además de sus trabajos en el ámbito de la arquitectura y la ordenación de espacios. Junto a Fernando Zóbel y Gerardo Rueda fundó en la década de los sesenta el Museo de Arte Abstracto Español en Cuenca, y en 2005 se inauguró el Espacio Torner en la misma ciudad.
Desde 1993 fue académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
“Pero nadie querrá mirar tus ojos, porque te has muerto para siempre”
Con estas palabras despedía Federico García Lorca a su amigo Ignacio Sánchez Mejías. Y sí, Gustavo, te nos has ido y eso, de una manera determinada así es, para siempre. Pero un compañero nuestro de esta Academia, Cristóbal Halffter, en uno de los títulos de su música, afirmaba que el ser humano no muere mientras no lo olvidan, tal vez oponiéndose a otro terrible verso, en este caso de Jorge Guillén, que nos reconoce “mientras nos traga el olvido”.
Gustavo siempre durante los numerosos meses finales en el que puntualmente esperaba mi llamada todos los domingos, una llamada que no faltaba nunca ya que él la deseaba, además de informarme con un excelente criterio de las músicas que escuchaba, puesto que ya leía mal y no veía muy bien, siempre comentaba algo sobre “cuando se produzca el evento”. El evento consistía simplemente en que se nos iría un día, aunque cumpliera esos cien años a los que efectivamente llegó en plena lucidez, cien años para nada desaprovechados.
Gustavo Torner nació en Cuenca el 13 de julio de 1925 y, siguiendo las huellas de su propio padre, fue ingeniero forestal y en esos primeros años de trabajo realizó las importantes láminas de botánica que revelaron sus cualidades de pintor.
He dicho pintor, y lo era en grado excelso, pero estaba en esta Academia como escultor, porque también lo era. Y se le podría llamar también diseñador, escenógrafo, consejero artístico y muchas más cosas porque, él, que tan agudamente habló sobre el arte, era sobre todo un grandísimo artista sin más requisitos.
En la escultura ha realizado obras muy notables en Madrid, como la que ha dado nombre popular a la llamada Plaza de los Cubos, que nadie sabe cómo se llama oficialmente y que incluso un taxista te llevará mejor dando ese nombre que la del aviador Jiménez Millas que es el perjudicado. Y también la que está en el acceso a la Fundación Juan March, o la del Museo al aire libre en la Castellana y la que enfrenta al antiguo Hospicio.
En Cuenca está el Monumento a la Constitución, y en otros lugares, algunas en plena Naturaleza como el Monumento al VI Congreso Forestal Mundial en la Sierra de los Barrancos. Es autor de vidrieras para la catedral conquense y ha realizado el acondicionamiento de algunas salas del Museo del Prado y el montaje del Museo Diocesano de Arte Religioso de Cuenca. También ha destacado en el grabado especialidad en la que en 2016 obtuvo el Premio Nacional de Grabado. Desde 1993 era miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y en 2005 se abrió el Espacio Torner dedicado a sus obras en la Iglesia de San Pablo de Cuenca. Buena parte de su producción fue legada al Museo Reina Sofía.
Fue asesor de la Fundación Juan March, Doctor Honoris Causa por la Universidad de Castilla-La Mancha y poseía diversas distinciones.
Tanto su obra como su pensamiento eran profundamente originales y sus escritos fueron recogidos en un volumen publicado por la Diputación de Cuenca en colaboración con la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
Gustavo siempre ha dicho que el arte no existe. Es decir, el arte no tiene entidad física, no es algo objetivo. El arte es una cualidad que poseen ciertas obras de arte. Llamamos obras de arte a las obras que realizan los artistas y en algunas, ni mucho menos en todas, de repente surge lo que llamamos arte. Pero eso no es sacar nada de la obra de alguna manera sino algo con lo que hay que conectar y con lo que hay vibrar al mismo tiempo. Necesita estar encarnado para tener una presencia tan poderosa como final.
El arte es una abstracción porque posee esta cualidad, pero describirla es muy difícil. ¿En qué consiste esa abstracción? Porque el arte, como creo que Gustavo ha dicho muchas veces, se suele confundir con su historia y con sus expertos y con sus teorías. Él aseguraba que eso no es el arte. La historia del arte no es el arte. Es historia de cada caso en el tiempo, pero no es arte en sí mismo.
El arte ha existido siempre, pero el concepto de arte no. En Occidente, por ejemplo, el concepto de arte es muy tardío hasta que aparece una noción realmente distinguible de arte. Surge antes, en cambio, en la China o la India, un concepto de lo que sería algo correspondiente a lo que sentimos que es el arte. El arte además tiene diferentes soportes plásticos como la escultura o la pintura, pero en cambio en otras culturas pueden no ser tan importantes esas ramas, sino otras. Por ejemplo, en China, más importante como arte es la cerámica o es la escritura, especialmente la caligrafía que es un arte grande y no lo es en cambio entre nosotros.
¿Cómo reconocemos el arte? No lo reconocemos, porque sabemos dentro de nosotros qué es arte, pero no sabemos lo que es. Esto es un problema, pero es así, y por eso Gustavo decía siempre que el arte es víctima de sus teorías. Las teorías del arte marcan al arte a su historia, porque cuando hablábamos de historia, la historia del arte es historia, pero no es arte en sí. Todo esto evidentemente a los historiadores del arte no les gusta nada que se diga, pero Gustavo lo decía y yo siento que es así. También nos lleva a que el arte es algo que vemos inmediatamente o que nos sentimos aturdidos cuando lo reconocemos, sabemos que eso es una obra de arte y el arte se nos impone como tal. Porque habría que asumir que no se trata de explicarlo, sino de sentirlo, que es lo importante. Lo mismo ocurre con otras cosas culturales y también con obras musicales. Pero en China ocurre con las cerámicas, ocurre en Japón con los jardines. Los jardines son la obra máxima de arte que existe en ciertas culturas japonesas y además son jardines que tienen poco que ver con lo que nosotros entendemos por tales. Un jardín de estos, y en Kioto u otros sitios, un jardín situado de una determinada manera, un riachuelo que va por allí con dos plantas, unas piedras y eso es un jardín japonés y es una obra de arte tremenda porque no se trata de lo que contiene sino como está dispuesto. Esto no está en nuestra cultura, la cultura occidental es otra cosa. Bueno digamos que el arte por eso mismo es una propiedad inefable. Inefable que no significa más que no es expresable por palabras. Una cosa inefable es una cosa que no se puede expresar con palabras, es decir, no se puede hablar de ella. La música es inefable porque no tiene que ver con el habla. No se explica jamás la música sólo con palabras.
Hay que tener cuidado con no confundir arte con belleza, de lo que acabamos de hablar es de arte no de belleza, aunque ambas cosas se puedan manifestar en paralelo. Pero podemos tener obras de arte donde la belleza no se produzca y también obras que pueden contener belleza, pero no arte. Arte y belleza son percibidas por el ser humano pero el arte solo emerge de productos humanos mientras la belleza pueda estar en la naturaleza sin ser por ello arte. Gustavo creía que lo que le pasó a Stendahl cuando cayó en su celebérrimo síndrome no fue una acumulación de arte sino una acumulación de belleza en parte artística y en parte no.
Desde los años cincuenta Gustavo Torner se concentró en la pintura y escultura y participó con éxito en la Bienales de Venecia y Sao Paulo. Su obra parte del lienzo, pero incorpora toda clase de materiales consiguiendo una gran variedad de expresiones y un arte lleno de contenido conceptual y de una gran belleza. Emplea mucho la madera, utiliza el esparto, el látex, el cáñamo, la tela metálica, la chatarra, utiliza mucho y muy bien la arena, el polvo de mármol, el papel, el cartón. Es decir, es un artista de múltiples medios que tienen toda una técnica particular, medios que además científicamente son tratables de diferente manera y que en realidad acaban siendo parte de una manera muy general. En cierta medida con la textura, la geometría, tienen más peso una cosa que otra. La textura, por ejemplo. Por ejemplo, superficies lisas y planas y luego las chatarras abajo. Ahí tenemos trabajo con las texturas interesantísimo. Pero tenemos también otra serie de elementos, como pueden ser esos cuadros que muestran, la luminosidad que nos ofrece esa escala de ángeles hacia el cielo. También esos cuadros de los vacíos que son absolutamente diferentes de otros vacíos. Él admira mucho a ciertos pintores del vacío, por ejemplo, Mark Rothko, evidentemente no solo lo admira, sino que fue a ver su obra en Houston. Y yo me acuerdo que él me dijo “tienes que ir a esto” y yo aproveché un año que estuve como profesor un verano en la Universidad de Houston para ver la Rothko Chapel, que está allí y el Museo Mesnil que la encargó y que está al lado.
Con Gustavo nos encontramos con un artista que ha hecho formas polípticas, formas fuera del cuadro no normalizado, ha hecho serigrafías, ha hecho escultura, ha hecho diseño, ha hecho grabado, ha hecho escenografías, bastantes y muy buenas. Recuerdo que puso la escenografía a una ópera nueva sobre Espronceda, de la cual lo único que se recuerda es la escenografía y se habla de ella todavía por los que la vieron. En una época determinada era el decorador, entre comillas, porque era mucho más que decorador, de las tiendas de Loewe, que eran magníficas, incluso hizo la de la Quinta Avenida de Nueva York, etc. Hoy día eso ha desaparecido, porque ha hecho muchas más cosas, y él donde pone la mano, de alguna manera, pone el arte al servicio de aquello. Pero yo podría contar también cómo cuando hicimos el libro de sus escritos con la Real Academia y la Diputación de Cuenca, el trabajo fue ímprobo porque cada letra, cada matiz, cada hoja, estaba modelada y autorizada por él.
Se nos dice que la relación con la ciencia es importante, pero la relación de la ciencia, como el mismo Gustavo lo dice, es por contactos puntuales, no por el hecho de que haya que aplicar conceptos técnicos todo el rato. Ahí eso se encarna, digamos en una especie de forma física y hay un saber sobre esa forma física que se resuelve en general por la geometría. La geometría es algo muy importante en la obra de arte.
Geometría y proporción son fundamentales para una obra plástica. De ellas surge buena parte de los que creemos que es el arte de Tiziano o Leonardo, de Pollock o de Rothko, cuando hay una materia física que en soportes distintos permite la aparición de las formas del arte.
Igual ocurre con la perspectiva, por ejemplo, a través de las leyes matemáticas de Pacioli y de todos estos trabajos con los números que hacen todos los artistas, sabiéndolo o no, a lo largo de la historia, en el sentido cuando se establecen maneras de acercarse a un artista del pasado, la cual apreciamos de una manera consciente. Como las matemáticas pues es muy posible que algún artista verdadero no las conociera a fondo, pero si las conocía en su ser para plantearlas. Por ejemplo, una gran cantidad de relaciones que tienen que ver con el numero áureo, con la armonía, porque las formas están ahí. Probablemente Juan Sebastian Bach no se lo planteaba de una manera racional mientras tenía que hacer una cantata semanal y muchas más cosas, pero si tenía en su mente las posibilidades de trabajar con ello de una manera, digamos, como una especie de artesano que componiendo asumía precisamente las cosas que se podían explicar de una manera científica. Tanto arte como ciencia buscan las leyes de las leyes. Es decir, se plantean en un primer instante que hace que todo lo que se busca sobre el concepto final de qué es el arte sea realmente una búsqueda antológica.
Sin duda, una presencia muy importante en la vida de Gustavo Torner fue la de Fernando Zóbel. No solo por una intensa amistad y una admiración mutua sino por la importancia que la relación tuvo en muchas cosas como el que el Museo de Arte Abstracto Español recalara en Cuenca y no en Toledo que era el primer pensamiento de Zóbel.
Creo saber que Gustavo y Fernando se encontraron por primera vez en Venecia, en la 23 Bienal que fue en 1962. Era un momento en que el arte español estaba irrumpiendo en el mundo gracias a que en España había alguna persona bien situada para ocuparse de él como ocurrió con Luis González Robles, que comisarió la presencia de artistas jóvenes españoles en certámenes como los de Venecia, Sao Paulo, Alejandría y mucho otros donde ganaron numerosos premios y se dio a conocer un potente arte contemporáneo español. No pienso que al gobierno de 1962 le pareciera maravilloso el arte abstracto, pero seguramente le parecía menos peligroso que una novela o una película.
El encuentro veneciano de Zóbel con Torner fue muy beneficioso porque no solo marcó una amistad, sino que fue útil para el desarrollo del museo en Cuenca. Ambos conocían prácticamente todo lo que concierne al arte y no solo al occidental, pero sí lo conocían desde distintos puntos de vista. Gustavo desde una posición más europea, Fernando desde un punto de vista más oriental puesto que era filipino de nacimiento y conocía muy bien el arte oriental. Y en ese momento Zóbel le habla a Torner de su proyecto de museo siempre con Toledo a la vista. Torner sugiere Cuenca y Zóbel no se entusiasma nada con esa perspectiva.
En ese momento hay una comida entre ambos artistas en el Hotel Alfonso VIII, el más importante entonces en Cuenca y recae la charla sobre unas características artísticas de la dinastía china Song, que ignorante de mí, he averiguado más tarde que duró del 960 al 1279 fue el momento en que se inventa la impresión xilográfica y la imprenta móvil además del papel moneda. Zóbel lo situaba su análisis hacia 1200 y entonces Gustavo le dice que sería ya algo tardío pues en esa fecha la dinastía Song entra en decadencia. Zóbel queda pensativo y, al cabo, dice que va a plantearse hacer el museo en Cuenca porque allí hay alguien con quien hablar.
La anécdota me la contó hace años Gustavo y Zóbel la corroboró poco después. Y desde luego no digo que la dinastía Song fuera el remoto origen del museo conquense pero sí uno de los elementos de admiración de dos amigos íntimos. Después quedaba un camino largo de convencer a políticos, alcaldes etc. Y que el ministro Lora Tamayo apoyara el proyecto también fue decisivo. Pero también y, sobre todo, estaban dos amigos que querían hacerlo y que aspiraban a llegar a viejos para sentarse al sol a hablar de arte, algo que no pudo ser.
Se admiraban y se estimulaba. Cuando decidí aprovechar el encargo de una institución francesa para componer una obra nueva, quise dedicarla a Gustavo – la obra se llama Torner– y él decidió que se venía a París al estreno. Fernando, entre contento y medio celoso, dijo que también vendría y se apuntaron inmediatamente Gerardo Rueda y Pablo López de Osaba y desembarcamos en París una representación española dispuesta a escuchar a la clavecinista polaca Elisabeth Chojnacka, máxima figura del clavecín moderno, con el Trio de Paris en un concierto que significativamente los organizadores habían colocado en el Museo Guimet, el más importante museo de arte oriental de Occidente. Mi obra no tenía nada que ver con el arte oriental pero la localización evocaba muchos ecos en Fernando y en Gustavo.
Yo había empezado una obra para flauta destinada a Fernando Zóbel que tocaba ese instrumento. Pero su súbita, inesperada y temprana muerte le impidió conocerla pues se tocó apresuradamente en un concierto en su homenaje muy poco después. Veinticinco años más tarde, Gustavo Torner me pidió para recordar a Zóbel en su propio Espacio Torner, una obra. Fue la Elegía romana en memoria de Fernando Zóbel.
¿Por qué cuento todo esto? porque queremos hablar de arte y cuando lo hacemos en nombre de Gustavo, lo hacemos también en nombre de Fernando. No es que pensaran ambos una copia de lo pensado por el otro, sino que ambos tenían una sensibilidad especial para detectar qué es el arte y el arte es distinto según la cultura donde lo veamos. En ese sentido, Gustavo siempre ha dicho que el arte no existe. Es decir, el arte no tiene entidad física, no es algo objetivo. El arte, como ya he explicado es, según él, una cualidad que poseen ciertas obras de arte. El arte es una abstracción porque posee esta cualidad, pero describirla es muy difícil. ¿En qué consiste esa abstracción? Cada uno debería buscar su respuesta.
Gustavo, no te olvidamos tus amigos, pero tampoco te olvidarán muchos que nunca te conocieron cuando nosotros ya no estemos. Porque queda tú obra y esa obra va creciendo continuamente como una ola imparable. Le diremos a Lorca que tú no te has muerto para siempre porque de ti queda lo que importa: la obra y el ejemplo y un concepto de lo que es el arte que cuando lo sintamos. Si somos capaces de ello, te recordará.



