Academia

Galdós en el laberinto de España

 

Organizada por la Consejería de Cultura y Turismo de la Comunidad de Madrid en colaboración con la Academia, y comisariada por el fotohistoriador Publio López Mondéjar, la exposición “Galdós en el laberinto de España” reúne cerca de ciento cuarenta fotografías, de las que la mitad son retratos del escritor, casi todos inéditos, solo o en compañía de personas de su cercanía familiar y afectiva. El resto corresponden a los escenarios en los que transcurrió su vida, sobre todo Madrid.

En alguna ocasión dejó dicho Azorín que Benito Pérez Galdós (1843-1920) fue el único escritor español capaz de realizar la obra hercúlea de revelar España a los españoles: “En más de cien volúmenes ha conseguido que despierte España y adquiera conciencia de sí misma”. Durante décadas, los españoles de varias generaciones aprendieron a leer en sus libros, y hallaron en su conducta un espejo moral en que contemplarse. “Casi puedo decir –escribió Vicente Aleixandre-, que aprendí a leer con Galdós. Primero, de niño, con los Episodios Nacionales. Luego fueron las novelas sorbidas con hechizo hasta el agotamiento. De tal modo, que a los dieciséis y diecisiete años yo conocía minuciosamente la obra de Galdós, viva para mí como un bulto que no ha menguado desde entonces”. El gran poeta recordaba que un día, almorzando en una taberna madrileña con Federico García Lorca, se descubrieron ambos apasionados admiradores de Galdós. ¡En aquella época¡ Y la maestría narrativa del escritor, el alto aliento moral que late en sus obras, su ejemplo personal de indulgencia y tolerancia, de respeto por las ideas de los demás, continúan deslumbrando a los públicos lectores de hoy. “Galdós –ha escrito Antonio Muñoz Molina- siempre sorprende porque es mejor todavía de lo que uno recordaba. Y quizás ahora estamos en condiciones de comprender mejor su pesadumbre por la áspera intransigencia española, por la terrible facilidad para eliminar los matices entre el blanco y el negro, para dividirlo todo entre ortodoxia y herejía y llamar traición a la templanza”.

Galdós no fue sólo el más alto narrador español desde Cervantes, el más popular y querido por sus lectores. Fue también un brillante periodista, colaborador de diversas publicaciones españolas y americanas, director del más importante diario durante el reinado de Amadeo de Saboya, dibujante y pintor notable, crítico y cronista musical desde que llegó a Madrid en 1862. Fue también un referente intelectual y moral, la persona sabia e indulgente que dio a conocer las plurales tierras de España; un observador clarividente de las malandanzas históricas del país, no sólo de su tiempo, sino de los días más alejados de los confines de su propia memoria.
 

Galdós y Madrid

Galdós es también el gran cronista de Madrid, una ciudad que amó y conoció como nadie; el creador del Madrid “galdosiano”, cuya vida íntima y pública atraviesa las miles de páginas de sus libros; el escritor que ha pasado a la memoria de la capital como su habitante más ilustre y respetado. “Oh, Madrid! ¡Oh, Corte! ¡Oh, confusión y regocijo de las Españas”, escribió en 1915, encabezando la charla con la que quiso honrar la memoria de la ciudad, en el salón de actos del nuevo Ateneo. Igual que existe un Londres de Dickens, una Lisboa de Pessoa, un París de Balzac, un Dublín de Joyce, existe un Madrid de Galdós. Nunca como en sus decenas de novelas se ha verificado un inventario tan completo y cabal de la vida pública y privada de la capital, de su realidad física e histórica. “Lo que Galdós nos ofrece –ha escrito Caballero Bonald- no es ya una ficción novelística, sino un novelado compendio histórico de Madrid. Cafés, teatros, bailes, casas burguesas, corralas, tabernas, buñolerías, horchaterías, talleres de costura y demás escenarios populares, circulan por sus libros y configuran un invariable telón de fondo, un perseverante entramado documental de la ciudad”.

Cuando hace meses –un intervalo temporal que objetivamente no parece tan lejano pero que, por encima de cualquier voluntad, ha adquirido la dimensión de tiempo histórico– las Administraciones públicas y las instituciones culturales estábamos inmersos en recordar el legado intelectual y literario de Benito Pérez Galdós, era inconcebible que un episodio de excepcional virulencia sacudiera al mundo. Del mismo modo como afectó a otras dinámicas sobre las que se sustenta lo cotidiano, el año Galdós quedó profundamente herido y con una fractura que dejó en suspenso múltiples actividades en torno a la inmensa figura y obra del escritor. Por fortuna, Madrid vuelve a recuperar el primer centenario de la muerte de Galdós, ocurrida en una fría y desapacible noche de enero de 1920. En dicho contexto, la exposición de la Academia se plantea como un humilde homenaje a este madrileño de Canarias, quien dejó dicho en sus memorias que nació en Madrid en 1862, el año en que por primera vez puso los pies en la estación de Atocha. La patria de Galdós es Madrid, dijo Clarín ya en 1880. Para Unamuno, Galdós fue siempre “el gran evangelista” de Madrid. Y María Zambrano no dudó en calificarle como el “poeta de Madrid”. Madrid tiene una deuda profunda con el escritor que mejor supo mostrar la capital y la propia España a los españoles.
 

La imagen de Galdós

Como periodista, escritor, dibujante, dramaturgo, diputado y gloria nacional, Galdós apareció pronto en las llamadas “galerías de hombres ilustres” de los fotógrafos, que comenzaron a publicarse en las postrimerías isabelinas. De los días de su llegada a Madrid son sus primeros retratos fotográficos en formato tarjeta de visita, que reflejan su acogedora y elegante presencia, pantalón claro, abrigo negro y reloj con leontina, posando ante la cámara con mirada delicada y resuelta. Su persona sencilla y acogedora pronto se fue haciendo cercana a sus lectores, quienes acabaron por familiarizarse con su figura larguirucha, subrayada por un poblado mostacho negro, que fue encaneciendo con los años. La misma estampa que de él ha dejado su buen amigo Joaquín Sorolla en la rotunda madurez de sus cincuenta años, sentado con desganada elegancia en un escaño corrido, con chaqueta y chaleco coronados con un lazo a rayas. Los retratos fotográficos de Amayra y Calvet son anteriores, cuando el escritor apenas había entrado en la treintena, la cabeza como jibarizada, presidiendo un cuerpo interminable y zanquilargo. Sin embargo, aquel joven que miraba intimidado a las cámaras era ya un terrible fustigador de la intransigencia y el cainismo nacional; un escritor indulgente y respetuoso con las ideas de los demás.

Después, cuando acreció su prestigio, cuando reclamaban su colaboración los periódicos más prestigiosos del país y de América, cuando su amigo Sagasta le llevó al Parlamento enlos días de la Restauración, cuando se le abrieron las puertas de la Academia Española y se convirtió en el escritor más reconocido y popular del país, le reclamaron los grandes fotógrafos españoles. Desde el valenciano Antonio García, hasta los maestros más conocidos de Madrid, como Compañy, Franzen, Biedma, Campúa, Calvache, Kâulak, Alfonso, Salazar, Marín, y otros fronterizos, como Arauna, Courbon, Segarra, Cortés y Francisco Goñi, cuyos retratos del escritor se fueron multiplicando en las páginas de la prensa gráfica, en las populares series de postales publicadas por Laurent y en las fototipias que los propios estudios fotográficos se encargaban de distribuir en bazares y librerías.

El desarrollo espectacular experimentado por la prensa ilustrada en la frontera de los siglos, acercó aún más su imagen a los miles de lectores y admiradores, quienes siempre le percibieron como persona familiar y cercana, como un abanderado de las causas nobles, que no dudó en defender en sus libros, en el Parlamento y en la calle. Los reporteros, que siguieron siempre con interés los lances de su vida, registraron después su persona con atención y respeto. El ojo de los fotógrafos tampoco le desatendió cuando se apagó su vida, una noche glacial de enero de 1920. Ni tampoco le abandonó nunca el invariable cariño de sus miles de lectores, de las más de treinta mil personas entristecidas que quisieron darle su último adiós en el Patio de Cristales del Ayuntamiento de Madrid y, después, en el duelo que atravesó entristecido la ciudad hasta el cementerio de la Almudena. “A su sepelio –escribió María Zambrano- acudió una multitud innominada, anónima, de esas que él escuchó tantas veces desde su balcón, días y días, tardes y tardes, antes de ponerse a escribir”.
 

Contenido de la exposición

Amigo de músicos, actores, periodistas, editores, literatos, artistas y políticos, Galdós frecuentó también la compañía de algunos de los fotógrafos que le retrataron a lo largo de más de medio siglo, como Franzen, Alfonso y Kâulak. Dada su poliédrica personalidad como novelista, dramaturgo de éxito y abanderado de las causas nobles de su tiempo, las cientos de fotografías que el comisario ha conseguido reunir, constituyen en sí mismas una crónica luminosa de la vida del escritor y un documento gráfico inapreciable, que permite acercarse a la evolución de la fotografía española, desde la revolución del retrato, en los días isabelinos, hasta la hora de su muerte y su multitudinario entierro.

La exposición reúne cerca de ciento cuarenta fotografías, de las que la mitad son retratos del escritor, casi todos inéditos, solo o en compañía de personas de su cercanía familiar y afectiva. El resto corresponden a los escenarios en los que transcurrió su vida, sobre todo Madrid, la ciudad que no se entendería sin sus libros. En largos años de investigación se han reunido fotografías excelentes de los maestros coetáneos de Galdós, como Laurent, Clifford, Martínez Sánchez, Antonio García, Franzen, Kâulak, Alfonso, Marín, Salazar o Campúa. Las fotografías no sólo muestran la imagen cambiante del escritor, sino también del Madrid que encontró en 1862 y la evolución de la ciudad, desde las postrimerías isabelinas, el reinado de Amadeo de Saboya, la Primera República, la Restauración y la Regencia.

Un capítulo especial dedica la exposición al retrato de los personajes que protagonizaron la historia de España en los más de cincuenta años que el escritor vivió en la capital. Desde Isabel II, Amadeo I, Emilio Castelar, los generales Espartero, Cabrera, Serrano y Prim, Alfonso XII, la reina María Cristina de Habsburgo y Alfonso XIII, hasta escritores como Pereda, Mesonero Romanos, Clarín, músicos como Caballero y Chapí y otros referentes de la generación de Galdós en el campo de la música, el teatro, la medicina y la cátedra.

Se expone también una selección de los reportajes fotográficos dedicados a Galdós en las más importantes publicaciones ilustradas de la época, como La Ilustración Española y Americana, ABC, Blanco y Negro, El Fígaro, Por esos mundos, El Arte del Teatro, Nuevo Mundo, La Esfera, El País y Mundo Gráfico.

Además, la exposición presenta un audiovisual sobre el escritor realizado por la prestigiosa cineasta y galdosista Arantxa Aguirre. El proyecto se complementa con la edición de un importante catálogo que profundiza en el conocimiento de la obra galdosiana desde nuevos enfoques y miradas.

 
Fuentes

Para reunir las fotografías, carteles, fototipias y postales que componen la exposición, ha sido preciso una larga investigación y búsqueda en no menos de cincuenta archivos y colecciones públicas y privadas de España, Francia, Inglaterra y los Estados Unidos, como el IPCE, la Casa Museo Galdós, la Biblioteca Nacional de España, la Academia Española, la Librería del Congreso de Washington, el Museo Municipal de Toledo, la National Gallery de Washington, la Biblioteca Menéndez Pelayo, el Museo de Historia de Madrid, la Fundación Juan March, la Casa Museo Pérez Galdós de Canarias, el Victoria and Albert Museum de Londres, la Bibliothèque nationale de France, el Archivo Regional de la Comunidad de Madrid, el Museo Nacional de Almagro y Patrimonio Nacional. Asimismo, ha sido decisiva la aportación de numerosas colecciones particulares y, muy en especial, los archivos familiares de los descendientes del escritor.


Publio López Mondéjar  
Miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, el comisario de la exposición, Publio López Mondéjar (Casasimarro, Cuenca, 1946) es el más conocido fotohistoriador español y el de una más larga trayectoria profesional. Su libro Retratos de la vida (1980) fue el primero en su género que se editó en España. Desde entonces ha publicado numerosos libros, algunos tan importantes como los tres volúmenes de su conocida trilogía Las fuentes de la memoria (1889, 1992 y 1996), Madrid, laberinto de memorias (1999), 150 años de fotografía en España (1998) y la monumental Historia de la fotografía en España (2015), traducida a varios idiomas. Ha publicado, asimismo, diversas monografías dedicadas a los fotógrafos Luis Escobar (2001), Alfonso (1985) y Santos Yubero (2010), y ha llevado sus exposiciones por España, América y Europa. Ha obtenido importantes galardones internacionales, como el de los Encuentros de Fotografía de Arlés (1996) y sus libros han merecido en tres ocasiones el premio especial del Ministerio de Cultura. En 2007 realizó, con el cineasta José Luis López Linares, la serie La voz de la imagen, que reúne veinte documentales sobre otros tantos fotógrafos españoles de la generación de los sesenta. En 2014 se acercó por primera vez al tema de la relación entre literatura y fotografía con el libro y la exposición El rostro de las letras, que se presentó en la Sala Alcalá 31 de la Comunidad de Madrid. En aquel proyecto dedicó una especial atención a Benito Pérez Galdós.
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Información

  • Sala de Exposiciones Temporales
  • Comisario: Publio López Mondéjar
  • Martes a viernes: 10.00 a 14.00 h
  • Sábado y domingo: 10.00 a 20.00 h
  • Cerrado: lunes, 24, 25 y 31 de diciembre de 2020 y 1 de enero de 2021
  • Tarifa única: 2 €
  • Uso obligatorio de mascarilla

Organiza

Colabora

Imagen de la vida. Arantxa Aguirre

  Folleto de la exposición. PDF (2,2 Mb)

Video promocional de la exposición

  Sala exposición Galdós (© Guillermo Gumiel). ZIP (32,4 Mb)

Visitas guiadas

Descubre la exposición de la mano del equipo de mediadores de Caligrama Proyectos Culturales.

Debido a la normativa vigente, es imprescindible apuntarse con antelación (máximo una entrada por persona).
  • Fechas: jueves y viernes 19, 20, 26 y 27 de noviembre, 3, 4 10, 11, 17 y 18 de diciembre. Sábados y domingos 21, 22, 28 y 29 de noviembre, 4, 6, 12, 13, 19, 20, 26 y 27 de diciembre
  • Horario: jueves y viernes a las 10.30 y 12 horas. Sábados y domingo a las 10.30 y 17 horas
  • Duración visita: 50 minutos
  • Mayores de 13 años
  • Inscripción obligatoria aquí
  • Más información

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