Academia

Joaquín Soriano en la memoria

13 de octubre de 2025

La Academia recuerda al pianista Joaquín Soriano (León, 1941- 2025) con el elogio pronunciado por musicólogo José Luis García del Busto.

Prestigioso maestro y catedrático de Piano en el Conservatorio Real de Madrid, fue decisiva su labor en la difusión del repertorio español. Desarrolló una notable carreta nacional e internacional, colaborando con diversas orquestas. Participó como jurado en concursos de interpretación pianística y fundó el Trio de Madrid, junto al violinista Pedro León y el violonchelista Pedro Corostola.

Miembro de esta Academia desde 1988, recibió numerosas distinciones como la Medalla de la Villa de París, la Orden Francesa de las Artes y las Letras y la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes.

Excmos. señoras y señores académicos, familiares y amigos del Excmo. Sr. D. Joaquín Soriano Villanueva, señoras y señores.

Permítanme comenzar esta intervención con el recuerdo personal de la primera vez que escuché a Joaquín tocando con orquesta, en un concierto muy señalado para mí. Era 1979. La entonces llamada Orquesta Municipal de Valencia invitó a dirigir un concierto de su temporada a un joven músico, veinteañero, llamado José Ramón Encinar. Mi buen amigo estaba ya “hecho” como director de ensembles de música contemporánea, pero aquél era su debut dirigiendo a una orquesta sinfónica, así que viajé a Valencia y acudí al Teatro Principal, donde él y la Orquesta salvaron más que dignamente un programa casi suicida (por la calidad entonces justita de la Orquesta y por la condición de principiante del director) que comprendía la pureza clasicista de la Quinta sinfonía de Schubert, la delicadeza tímbrica de Ma mère l’Oïe de Ravel, el tremendo virtuosismo de la Totentanz para piano y orquesta de Liszt -obra de la que fue fulgurante solista Joaquín Soriano- y el estreno en Valencia de Escorial, imponente composición sinfónica de Tomás Marco quien, naturalmente, se había desplazado para escuchar su obra. ¡Quién nos iba a decir por entonces a los cuatro que, andando el tiempo, íbamos a coincidir como miembros de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando! Pero sí, aquí estamos: Tomás Marco y José Ramón Encinar en la mesa presidencial y yo en esta tribuna, en el difícil trance de despedir al artista admirado y al amigo querido que fue Joaquín Soriano, fallecido el día 26 del pasado mes de julio.

Aunque nacido en la provincia de León -por desplazamiento temporal de su familia-, al poco de nacer Joaquín la familia volvió a Valencia, a la que hay que considerar como su patria chica real. En su Conservatorio se formó inicialmente con el pianista y compositor Leopoldo Magenti. Desde muy joven, Joaquín empezó a lo que vendría a ser una constante en su vida, viajar, y en su primer destino importante, París, perfeccionó su pianismo con prestigiosos maestros, especialmente con Vlado Perlemuter, amigo personal de Ravel e intérprete de referencia de su música. Acabado el periplo parisino, con una beca de la Fundación Juan March, Joaquín Soriano acudió a Viena para estudiar con el gran pianista y maestro Alfred Brendel, fallecido, por cierto, en junio de este mismo año, tan solo cinco semanas antes que nuestro recordado colega. Tan importantes maestros acabaron de modelar la excelente materia prima pianística que había en aquel joven que inmediatamente comenzaría a deslumbrar con su personal pianismo: fino, elegante, sensible, hondo… y de una musicalidad exquisita. Como es tan frecuente en las biografías de los intérpretes, los éxitos en concursos internacionales sirvieron a Joaquín de catapulta a partir de 1965: Vercelli, Jaén, Nápoles, Milán…, al tiempo que iniciaba su rica carrera como concertista internacional por numerosos países europeos, la Unión Soviética, las Américas y el lejano Oriente, ofreciendo tanto recitales a solo como conciertos para piano y orquesta. Años más tarde, Soriano llevaría a cabo viajes y giras similares haciendo, además, labor docente en clases magistrales y cursos en los que cimentó gran prestigio como maestro.

La enseñanza, en efecto, ha ocupado considerable parte de su trabajo, una dedicación en la que se inició joven y entrando en ella por la puerta grande: en efecto, en 1972, a los treinta y un años  de edad y tras brillante oposición, ganó la Cátedra de Piano en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid. Por entonces era yo estudiante en aquella Casa que ocupaba la parte del Teatro Real que da a la plaza de Isabel II, y recuerdo muy bien la aparición fulgurante de Joaquín en los pasillos del Conservatorio. No pasaba inadvertido, no, el primer día que lo vi por allí, ataviado con un abrigo de astracán, negro reluciente, ceñido y que le llegaba hasta los tobillos y tocado, además, con gorro del mismo material y color. Era una manera elocuente de proclamar, primero, que venía de Rusia -donde, en efecto, había causado buena impresión en el Premio Chaikovsky de Moscú- y, segundo, que, además de ser guapo, la vestimenta cuidadosamente escogida para cada ocasión era consustancial a su personalidad. Mi maestro en Historia y Estética de la Música, Federico Sopeña, quien por entonces ya me había honrado ofreciéndome su amistad, bromeaba contando que Joaquín había triunfado con facilidad en la oposición a cátedra por su categoría de pianista, sí, pero no menos, por sus atuendos. En fin, el caso es que a partir de su entrada en el Claustro de Profesores del Conservatorio madrileño fueron perceptibles movimientos en la secretaría del Centro por parte de mozas estudiantes de piano aspirantes a pasar a su clase… y hasta es probable que el piano ganara alguna vocación nueva. Ejerció durante más de treinta años como catedrático, hasta su jubilación, y numerosos discípulos -algunos de los cuales están aquí dejando testimonio de su admiración y afecto por el maestro- salieron de su aula con alas.

No tardó en internacionalizarse su faceta docente. Joaquín Soriano impartió clases magistrales en numerosos países de Europa, en Estados Unidos, Asia y Australia, en Escuelas de Música y  Centros del máximo prestigio internacional: la Juilliard y la Manhattan School de Nueva York; las Universidades de San Francisco y Austin, Texas; la Escuela Yamaha de París; en ciudades alemanas como Friburgo, Hannover, Schlitz, Stuttgart, Karlsruhe…; en Italia: Imola, Fiesole…; en Duszniki (Polonia); en Moscú; en Vilna (Lituania); en Shanghai; en Hamamatsu (Japón); en Brisbane (Australia); en la Escuela Reina Sofía (Madrid)… y, a partir de 2007, en la Academia de Verano del Mozarteum de Salzburgo. Y sé que, en este capítulo, Joaquín me hubiera reñido cariñosamente, pero serio, si hubiera omitido la entusiasta y comprometida labor que ha llevado a cabo desde 2005 en los cursos que en León organiza la Fundación Eutherpe de la que fue nombrado vicepresidente en 2009.

Igualmente pujante sería su entrada en el mundillo de los concursos internacionales de interpretación pianística, para los que nuestro músico fue invitado constantemente a formar parte de los jurados. Su postura era clara y lúcida: vamos a escuchar a numerosos concursantes que dan todas las notas y son brillantes en las acrobacias virtuosísticas, pero, entre ellos, busquemos al artista, al intérprete capaz de mostrar una personalidad propia, al pianista que más nos haya podido emocionar fraseando… Y no han sido concursos de poca altura precisamente: el Chaikovsky y el Scriabin (Moscú), el Rubinstein (Tel Aviv), el Marguerite Long y el Jacques Thibaud (París), el Van Cliburn (Texas), el María Callas (Atenas, jurado que presidió en alguna ocasión), el Viotti (Vercelli), los de Hamamatsu, Bolzano, Londres, Leeds, Dublín…y, entre nosotros, cómo olvidar el Concurso Internacional de Piano de Santander, Concurso del que Joaquín Soriano fue un tiempo presidente y director artístico. O el de Valencia, el Concurso Internacional de Piano José Iturbi, impulsado por él y del que fue durante años director artístico y presidente del jurado. En una ocasión tuvo la gentileza de contar conmigo en el jurado del Iturbi y pude comprobar de cerca su “dominio escénico” y el respeto y admiración con que era tratado por auténticas celebridades del pianismo internacional.

No hay duda: entre los rasgos que caracterizan a Joaquín Soriano está el de haber sido un auténtico “ciudadano del mundo”, conocedor de países y ciudades, de museos y monumentos, de paisajes y paisanajes… y, por supuesto, conocedor de diversas lenguas, lo que incrementaba su especial capacidad de comunicación.

A tan larga y plural carrera no han faltado reconocimientos nacionales e internacionales: Joaquín Soriano fue distinguido en 1997 con la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, y en 2014 recibió la Medalla de Oro del Real Conservatorio Superior de Música de Madrid. Francia le condecoró en varias ocasiones, siendo acaso las más relevantes su ingreso como Chevalier en la Orden de las Artes y de las Letras y la Medalla de la Ciudad de París. En Vilna recibió el título de la Orden Oficial del Mérito de la República de Lituania. En Bari fue premiado como “Grande de la Música” en 2010.

No ha sido Joaquín Soriano un pianista a la usanza de hoy, enfrentado a giras maratonianas de conciertos y obsesionado por las exhibiciones de técnica y por el imperativo de dejar grabaciones. Pero, no obstante, sus condiciones para tocar y sus bien construidos programas interesaron mucho y a muchos y, por eso, al referirme a su carrera concertística he obviado la referencia a países, ciudades, festivales y salas de concierto que han acogido actuaciones suyas, por no aburrir con largas retahílas. Sin embargo, sí procede apuntar que, aparte de recitales a solo y junto a orquestas sinfónicas, Joaquín Soriano practicó también la música de cámara a partir de 1978, fecha en la que tres grandes instrumentistas de nuestro entorno constituyeron el Trío de Madrid: el violinista Pedro León, el violonchelista Pedro Corostola y, por supuesto, nuestro Joaquín Soriano como pianista quien, de este modo, incorporaba a su repertorio la música camerística. Tras su presentación en distintas ciudades y en los más importantes festivales de nuestro país, el Trío de Madrid hizo una brillante tournée por Europa y, al poco, fue invitado a realizar su debut americano en el Kennedy Center de Washington, donde obtuvo un éxito que se proyectaría a otros lugares del mundo.

Joaquín Soriano ha dejado una discografía no amplia, pero sí selecta. Sus grabaciones incluyen obras para piano solo de Albéniz, Granados, Falla, Chopin, Liszt, las piezas de Schubert recreadas por Liszt, etc., y entre sus discos de música española subrayo especialmente -por lo que tuvo de aportación- el dedicado a la muy desatendida, pero valiosa música original de Ricardo Viñes, muy admirado como el extraordinario pianista que fue, pero hasta entonces desconocido por casi todos como compositor. Con el Trío de Madrid, Soriano grabó las obras de cámara con piano de Joaquín Turina y, con la English Chamber Orchestra, dirigida por José Serebrier, la Rapsodia sinfónica del mismo compositor sevillano, así como obras de Manuel de Falla: Noches en los jardines de España y la versión pianística de su Concerto para clave o piano y 5 instrumentos. En el año 2000 fue requerido por Rafael Frühbeck de Burgos para una nueva grabación de las Noches en los jardines de España con la Orquesta Nacional de España.

Resumido su curriculum vitae, procedo a glosar el paso de Joaquín Soriano por esta institución en la que ingresó el 6 de noviembre de 1988 leyendo el Discurso titulado Chopin en España – Un invierno en Mallorca. Antes de entrar en tal materia, el nuevo académico celebraba que esta Corporación acogiera en su Sección de Música a intérpretes: “Si puedo dudar -decía- acerca de mis títulos y merecimientos para ocupar un sillón entre tan admirados artistas y estudiosos, no tengo reparos en proclamar la necesidad de la presencia de intérpretes musicales entre los cultivadores de las Bellas Artes y más aún cuando se trata de un instrumento tan importante como el piano”. Hacía notar a continuación que “muchos de nuestros mejores compositores, desde Antonio de Cabezón hasta Federico Mompou, de Cabanilles a Cristóbal Halffter, pasando por el P. Soler y por los cuatro grandes maestros nacionalistas -Albeniz, Granados, Falla y Turina- escribieron buena parte de su mejor música para teclado”.

Pero cantado estaba que, para tan solemne y significado momento, Joaquín iba a tratar del que fue seguramente su músico más querido y trabajado: Chopin. En su Discurso, Soriano resumía las peripecias del viaje de Chopin de París a Barcelona, acompañado en buena parte del trayecto por su amigo español Juan Álvarez de Mendizábal (el político que había dado su nombre al proceso de desamortización emprendido poco antes, en 1836). Y contó cómo el viaje de Barcelona a Mallorca lo realizaron los Chopin en un vapor que arribó al puerto de Palma el 8 de noviembre de 1838, y cómo su estancia en la isla fue de poco más de tres meses, los veinte primeros días en la casa de Son Vent y luego en el ambiente frío, húmedo y neblinoso de la Cartuja de Valldemosa, recientemente desalojada precisamente por imperativo de la ley desamortizadora de Mendizábal. Nuestro académico hoy recordado y homenajeado relató brevemente en su Discurso los pocos momentos plácidos que disfrutó Chopin en Mallorca y los muchos tensos: por la desesperante retención de su piano Pleyel en la aduana, por las inclemencias climáticas de aquel invierno, por la incomodidad de su alojamiento, por el choque cultural y social que se dio entre su amante, George Sand, y el pueblo llano mallorquín y, sobre todo, por el agravamiento de la enfermedad pulmonar con la que había ido Chopin a Mallorca -con la vana intención de que se aliviara en la isla-, dolencia que le llevaría a la tumba diez años después.

 Además, Joaquín Soriano ejerció en su Discurso de crítico musical al tratar de las piezas que Chopin compuso total o parcialmente durante sus días en la isla -parte de los Preludios, la Balada nº 2, el Scherzo nº 3, las Polonesas núms. 3 y 4, la Mazurca op. 41 nº 2, parte de la Sonata nº 2, el Impromptu op. 36, la Berceuse, la Barcarola y los 2 Nocturnos op. 37-, subrayando algunos detalles que pudieran estar relacionados con aquella estancia y haciendo un escueto y atinado comentario de cada una de ellas. Y, cómo no, ejerció de pianista al tocar varias de ellas como culminación de la solemne sesión de su ingreso en la Casa.

Contestó al nuevo académico Federico Sopeña, quien comenzaba destacando el premio fin de carrera ganado por Soriano en el Conservatorio de París y recordando cómo otro pianista español y también académico, José Cubiles, le había precedido unos cuantos años en este gran honor. Luego, al referirse Sopeña al marcado gusto de Soriano por la música de Chopin, subrayaba cómo alguno de los maestros españoles que Soriano interpretaba con frecuencia participaron de esa misma preferencia, especialmente Falla y Mompou. Joaquín Soriano fue portador de la Medalla nº 27, que antes había correspondido a Joaquín Rodrigo y a Ramón Barce.

Durante sus años de académico, el Excmo. Sr. D. Joaquín Soriano Villanueva participó activamente en las sesiones plenarias e intervino en muchas sesiones especiales en calidad de pianista. Así, En 1996, esta Real Academia de Bellas Artes de San Fernando honró la memoria de Manuel de Falla a propósito de cumplirse el cincuentenario de su muerte en el exilio, en la Córdoba argentina. En el acto, disertó Antonio Gallego y Joaquín Soriano tocó la obra maestra del piano de Falla: la Fantasía bética.- El 27 de mayo del mismo 1996 había intervenido en un concierto en el que estrenó, con carácter absoluto, las Tres poéticas de la mar de Antón García Abril, canciones que fueron cantadas por María Orán.- En 1998 nuestra Academia conmemoró el 125 aniversario de la creación de la Sección de Música (no hace mucho hemos celebrado el 150) ofreciendo un ciclo de cinco recitales protagonizados por otros tantos intérpretes académicos de nuestra Sección de Música: actuaron Teresa Berganza, Agustín León Ara, Manuel Carra, Ramón González Amezúa y nuestro hoy recordado Joaquín Soriano quien, apoyándose en que se cumplían también 150 años de la muerte de Chopin, dedicó su recital a su compositor predilecto, interpretando 8 Preludios, op. 28, la Polonesa-Fantasía, op. 61, Andante spianato y gran Polonesa brillante, op. 22, 4 Mazurcas, op. 24 y la Sonata nº 3, en Si menor, op. 58.- De octubre a diciembre del año 2000, esta Academia desarrolló un espléndido ciclo de conferencias y conciertos conmemorativos del 250 aniversario de la muerte de Johann Sebastian Bach, ciclo organizado por la Sección de Música y coordinado por Antonio Iglesias. Actuaron como conferenciantes el mencionado Antonio Iglesias, Cristóbal Halffter, Ismael Fernández de la Cuesta, Antonio Gallego y Tomás Marco, y ofrecieron sendos conciertos, con música de Bach, Ramón González Amezúa, Agustín León Ara, Manuel Carra, Teresa Berganza y, por supuesto, Joaquín Soriano, quien en aquella ocasión interpretó la Partita nº 1, 2 Duetos, Aria variada en La menor y tres corales adaptados para el piano por el propio Joaquín Soriano.- El 26 de abril de 2001, con ocasión del vigésimo aniversario de la muerte de la gran pianista y profesora griega Gina Bachauer, esta Corporación le dedicó una sesión de recuerdo y homenaje, en la cual Tomás Marco disertó sobre la biografía y los méritos de esta pianista muy admirada y querida por la Reina Doña Sofía, y muy bien conocida personalmente por ella, pues la Sra. Bachauer había sido maestra de piano de sus padres y de su hermana Irene. Tras la conferencia, Joaquín Soriano dio un pequeño pero jugoso recital que abrió con el célebre coral de la Cantata nº 47 de Bach, siguió con el díptico de Chopin Andante spianato y gran Polonesa brillante y concluyó con el estreno absoluto de las Dos piezas griegas que otro académico, Antón García Abril, había compuesto precisamente en homenaje a Gina Bachauer.- También en 2001, en el Homenaje que hizo la Academia a su entonces director, Ramón González Amezúa por su octogésimo cumpleaños, intervino Joaquín Soriano interpretando las Pequeñas variaciones que había compuesto para la ocasión Ramón Barce.- En el año 2006, siendo Víctor Nieto Alcaide el Académico Delegado del Museo, nuestra Academia organizó una ambiciosa exposición que, con el título de Dos dimensiones [2], mostró una selección de obras debidas a académicos del pasado y del presente, cultivadores de todas las artes: pintura, escultura, arquitectura, música, fotografía, cine, diseño… Pues bien, la muestra musical de aquel evento estuvo servida por Joaquín Soriano interpretando obras de compositores españoles todos ellos académicos de número u honorarios: Rodolfo Halffter, Federico Mompou, Joaquín Turina, Xavier Montsalvatge, Ernesto Halffter, Antón García Abril y Tomás Marco.- El 12 de mayo de 2017, Joaquín Soriano ofreció en este Salón de Actos un recital pianístico dentro de los actos de homenaje a quien fuera académico y secretario y director de esta Corporación, Federico Sopeña, en el año del centenario de su nacimiento: Soriano interpretó obras del P. Soler, Schumann, Chopin, Mompou y Debussy.

Al margen de actuaciones pianísticas generosamente ofrecidas en la Academia, cabe apuntar alguna intervención oral de nuestro homenajeado en su último tramo de vida. Así, en la Sesión Plenaria Ordinaria del 4 de diciembre de 2017, Joaquín Soriano fue el académico encargado de hacer ante el Pleno la laudatio de su ilustre colega Joaquín Achúcarro, candidato a ser elegido Académico Honorario, como así lo fue en la subsiguiente sesión. En aquel parlamento, Soriano destacó: “Hoy hay un nivel altísimo en todo lo que es mecánica, pero lo más importante para mí es el sonido, para lo cual no se puede prescindir de la ayuda más importante, la del pedal, que es el que hace que un instrumento de percusión se convierta en un instrumento que permite ligar, cantar, dar color a la música y Joaquín Achúcarro eso lo ha hecho toda la vida y es algo que tiene dentro”. Desde luego, otro tanto se podía aplicar a la condición de pianista del propio Soriano. 

Finalmente, sus dos últimas intervenciones públicas en la Academia han sido sendos discursos en sesiones necrológicas. El 4 de julio de 2021 la del pintor Luis Feito, de quien Joaquín había sido gran amigo. Y el 11 de marzo de 2024, la de su querido colega pianista Manuel Carra.

Al morir, Joaquín Soriano era el académico más antiguo de esta Corporación a la que ha pertenecido durante 37 años. Ocupaba el segundo lugar en la ordenación de los académicos por número de asistencias a las sesiones plenarias, contabilizándose 984 en enero del año en curso, a las que habría que añadir sus asistencias hasta el pasado mes de junio. En 2011 había recibido en nuestra Academia el Premio Barón de Forna. Además, Joaquín era correspondiente de las Reales Academias de Bellas Artes de San Carlos (Valencia) y de Sta. Isabel de Hungría (Sevilla).

Nunca olvidaremos a Joaquín, ni a su persona ni al admirable pianista que fue: fino, elegante, sensible, hondo… y de una musicalidad exquisita, dije antes. Y añado ahora que su pianismo era también pulcro y charmant, como él mismo.

Muchas gracias.

José Luis García del Busto

Te puede interesar

  • Imagen

    Academia / 23 de junio de 2025

    Miguel de Oriol e Ybarra, in memoriam

    El arquitecto, Miguel de Oriol e Ybarra, (Madrid, 1933 – 2025), fue recordado en la Academia con el elogio pronunciado por Alfredo Pérez de Armiñán, jurista y vicedirector-tesorero de la Institución. Miguel de Oriol e […]

  • Imagen

    Academia / 8 de junio de 2025

    La pintora Soledad Sevilla ingresa en la Academia

    Soledad Sevilla ingresó el 8 de junio en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando con el discurso Pintar es experimentar la belleza. La contestación por parte de la Corporación fue pronunciada por […]

  • Imagen

    Academia / 5 de junio de 2025

    Beca de investigación en Nueva York 2025

    En su XI Edición, la Beca de Investigación en Nueva York, promovida por la Fundación Arquia y Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, ha sido concedida al proyecto OPEN TO PUBLIC. Privately-Owned Public […]

Scroll al inicio