Academia

La Academia entrega su Medalla de Honor a la Real Academia de España en Roma

4 de diciembre de 2023

María Ángeles Albert de León, directora de la Real Academia de España en Roma, recibió de manos de Tomás Marco, director de la Academia, la Medalla de Honor 2023 de la corporación. En el acto, la laudatio la pronunció Juan Bordes, escultor y académico. La ceremonia se completó con la actuación musical del organista Aarón Rivas.

Con la concesión de la medalla de honor 2023 de la RABASF a la Academia de España en Roma, desde nuestra Academia deseamos destacar oportunamente (pues coincide con el aniversario de los 150 años de la creación de esta institución pública) no sólo su brillante pasado histórico, sino muy especialmente la extraordinaria actualización que en las últimas décadas la ha transformado, y continuará haciéndolo, en una de nuestras más importantes instituciones culturales españolas en el extranjero, convirtiéndola en un testigo extraordinario de la creación e investigación española.

Quisiera desarrollar mi intervención exponiendo solo tres breves ideas o apartados:

primero mostrar a Roma como maestra de todas las épocas, en segundo lugar, razonar la idoneidad de esta institución que premiamos, sintetizando su activa actualización en las últimas décadas, y por último, leer cinco breves testimonios personales de antiguos becarios y becarias que hoy pertenecemos a esta Academia de San Fernando.

Y aunque son muy conocidos los inicios fundacionales de la institución que premiamos, quisiera recordarlos para hacer más evidentes esas grandes transformaciones que la han actualizado.

En 1688, dieciséis años después de crearse la Academia de Francia en Roma, y durante el reinado de Felipe V se fracasó en el intento de crear una institución semejante a la francesa. De nuevo en 1832 lo intentó la RABASF (que desde XVIII enviaba artistas pensionados bajo la tutela de Preciado de la Vega), sin llegar a conseguirlo.

Pero no es hasta 1873 que Emilio Castelar (siendo Ministro de Estado del Gobierno de la Primera República española) promulgó el decreto de su fundación con su primer reglamento. Y no solo llama la atención que esta iniciativa la tomara Castelar en el primer año de su mandato, sino además coincidiendo con unos momentos de conflictivo gobierno, tanto por la rebelión cantonal como por la revolución cubana y la 3ª Guerra Carlista.

En aquellos momentos de crisis, Castelar realizó una defensa apasionada de la necesidad de la creación para el progreso de la nación. Y esa decidida determinación la manifestó con la frase que cierra el texto fundacional, donde dice:

Aprobando este decreto, demostrará el Gobierno de la República que, en medio de los dolores de lo presente, le queda tiempo y serenidad para preparar mejores días a las generaciones por venir

Pero este proyecto también tuvo que superar las reticencias de la burocracia italiana que en principio se opuso a nombrarla como Academia. La razón de la oposición italiana a tal consideración era la exención de tributos que suponía dicha denominación, y su principal argumento era la ausencia de un equipo de profesores para la ejercer la docencia.

Es evidente que esa carencia la sustituía una gran maestra como es la ciudad de Roma, cuyas numerosas personalidades se multiplican hasta construir un excelente staff de docentes que eclipsa al mejor claustro académico.

Roma siempre maestra, como escribió Vasari en la biografía de Brunelleschi. El texto relata que cuando el gran arquitecto y escultor no ganó el concurso para los relieves de las puertas del baptisterio de Florencia, Brunelleschi decidió viajar a Roma con su amigo Donatello (que por entonces era aprendiz en el taller de Giberti). Y convenció a su acompañante diciéndole “vayamos a Roma donde las esculturas son perfectas”. Así lo hicieron y allí viajaron ligeros de equipaje, pero armados de taccuino e instrumentos de medida, perdiéndose entre las ruinas del foro para delinear y medir los secretos de la belleza. Y como se cuenta, era tal la euforia y excitación de aquellos dos muchachos cuando escudriñaban esos vestigios, que los lugareños les llamaban “los del tesoro”, pues no les quedaba duda que eso era lo que buscaban entre aquellas piedras. Y ciertamente quienes así los llamaron tenían razón pues Donatto regresó a Florencia con un equipaje en el que poco pesaban sus dibujos, pero era grande el estímulo de la sana envidia de la emulación y dispuesto a iniciar “su” escultura. Pero Brunelleschi permaneció un año más pues le quedaba por estudiar y desentrañar los secretos de la bóveda del Panteón para convertirse un extraordinario arquitecto.

Pero esa capacidad de Roma para actualizar sus lecciones con las miradas de cada época tiene mucho que ver con lo que siempre he creído que es la definición de una obra maestra, pues es una denominación que solo la merecen aquellas cuyos significados crecen con la Historia de la cultura y con la historia personal de cada espectador. Son en definitiva el alimento de toda una vida.

La revitalización continua de los mensajes que transmiten incluso las ruinas de la Antigüedad romana tiene reflejos brillantes en los intereses de las disciplinas más actuales incorporadas a la oferta de becas. Baste como ejemplo los análisis y lecturas de la narración de las columnas Trajana y Antonina realizados por uno de los recientes becarios como experto en el lenguaje del cómic.

Esos contenidos de actualidad no sólo motivan desarrollos artísticos, pues igualmente es un buen ejemplo el trabajo de otro becario de reciente convocatoria, realizado sobre minorías sociales en las representaciones homosexuales de la Antigua Roma.

También algunos estudios sociológicos han derivado de fuentes tan específicas como es la ciudadanía romana, población que tiene grandes singularidades derivadas de una vida cotidiana en continua y llana convivencia con su historia incluso algunos proyectos han desarrollado análisis sobre problemas tan actuales como la presión turística.

Creo que estas pocas observaciones sobre la actualidad de la maestra Roma, son argumentos suficientes para no considerar vigente lo que Emilia Pardo Bazán decía en 1905: “hoy la pintura debe estudiarse en Londres, y en París, y en Berlín… y dentro de poco en Chicago”.

***

Pasemos pues a enumerar brevemente algunos de los hechos que certifican los méritos para recibir nuestra distinción y homenaje de 2023:

Con la llegada de la democracia, la RAER comenzó una profunda transformación con el reglamento de 1984, acompañado de una importante rehabilitación del inmueble en el Gianicolo. Ese reglamento transformó las pensiones en becas, de 3, 6 o 9 meses. Y con esta medida también el privilegio de esta estancia multiplicó de forma extraordinaria el número de personas que la hemos disfrutado.

Pero también otras cosas comenzaron a cambiar, pues en ese momento accedió al cargo de la dirección la primera mujer. La pionera fue Trinidad Sánchez Pacheco (que por entonces ocupaba la dirección del museo de Cerámica en Cataluña), y precisamente comenzó su mandato (1986 -1990) con la generación de becarios a la que pertenezco.

Desde entonces solo otras dos brillantes gestoras han ocupado la dirección, son Rosario Otegui Pascual (2005-2008) y quien desde 2015 la ejerce y hoy nos acompaña, María Ángeles Albert de León.

De estas directoras todos conocemos su plena dedicación y eficacia. Y es evidente que, con las directoras citadas, las cuestiones de género se sostuvieran y calaran en la institución hasta ser una práctica habitual en todos los estamentos y actividades de la institución, aunque los tímidos intentos habían comenzado con la entrada de la primera becaria en 1928 María de Pablos Cerezo, por la especialidad de Música (Carlota Rosales entre 1887 y 1889 había disfrutado de una pensión de carácter extraordinario gracias a su vinculación con el director Palmaroli).

Y es en este período enmarcado por dos mujeres donde debemos reconocer que se han producido las transformaciones más importantes que han traído a la RAER hasta la moderna institución que es, haciéndola pionera en muchos logros entre las de su clase. Evidentemente también dentro de ese período seis directores se han sucedido en el cargo con gran efectividad y acumulando los sucesivos logros a los que nos referimos. Fueron Jorge Lozano (1991-1996), Felipe Vicente Garín (1996-2002), Juan Carlos Elorza (2002-2005), Enric Panés ( 2009-2012), José Antonio Bordallo (2012-2014) y Fernando Villalonga Campos (2014-2015).

Pero un hecho clave, y que ahora culmina con el esfuerzo y la voluntad política de la actual Secretaria de Estado de Cooperación Internacional, Pilar Cancela, es la transformación de la RAER en fundación de derecho público con el objetivo de conseguir mayor flexibilidad de gestión y captación de recursos.

Esta intención ha tenido un largo proceso y varias formalizaciones que no han cristalizado por dificultades jurídicas, sin embargo es justo reconocer los esfuerzos comenzaron siendo Itziar Taboada directora de Relaciones Culturales AECID.También a ella debemos agradecer su dedicación y entusiasmo con el que con el que contribuyó desde su cargo a esta revitalización de la RAER, dejando tras su despedida en 2015 el logro de una dotación económica aplicable a los proyectos de creación e investigación con una cuantía máxima de 20M.€

Otro hecho decisivo ha sido la adaptación de la convocatoria de becas para la creación e investigación contemporánea, mediante la más amplia agrupación de disciplinas que está siendo capaz de acoger y proporcionar apoyo a los proyectos actuales.

Esta actualización, se intentó tímidamente desde sucesivos reglamentos para la RAER: así el de 1932 incluía en la convocatoria de pensionados las disciplinas de Arqueología e Hª del Arte y el de 1964 teatro, cine, música y literatura. El reglamento actualmente en vigor, del 2001, abrió la posibilidad de solicitar las becas a personas de países iberoamericanos y de la Unión Europea.

Sin embargo, en la actualidad este marco se ha ampliado el espectro de la creación e investigación a la fotografía, el comic, el video y las nuevas tecnologías, el diseño gráfico y moda, o la mediación artística y gastronomía… quedando abierto y susceptible de ampliaciones con otras manifestaciones.

Contacto con la creación contemporánea, difundiendo los proyectos realizados en las últimas convocatorias con cuidadas exposiciones y actividades en museos e instituciones de distintos puntos de la geografía española.

Estas exposiciones que, si bien se realizaban al final de las estancias de cada promoción, aunque solo en la propia sede del Gianicolo y en una modesta sala de exposiciones, a partir de 2008 y gestionadas a través de la AECID comenzaron a presentarse aquí en Madrid en las salas de exposiciones de nuestra Academia.

Esta actividad ha sido muy reforzada por la actual dirección, consciente de su carácter de rendición de cuentas de una inversión pública, descentralizándola por la península y gestionándola con espectaculares montajes en importantes centros de arte contemporáneo. También recientemente la RAER ha insertado su presencia en ferias de arte contemporáneo como ARCO para difundir sus convocatorias y recoger las nuevas iniciativas.

Donde esta difusión ha alcanzado una dimensión extraordinaria es con la programación del actual 150 aniversario, con una cuidada y apoyada con la colaboración de profesionales y gestores presentes en el patronato como son Santiago Eraso, Remedios Vara, Estrella de Diego o Jose Ramón Encinar.

Otro aspecto de la voluntad de integración de la RAER en la sociedad española e italiana contemporánea es lo que la actual directora ha denominado “Dopo Roma”.

Ese esfuerzo por visualizar y hacer sentir que esta institución, aunque esté situada en Roma, es pública y por lo tanto de todos los españoles es contar con la colaboración del enorme potencial de los exbecarios. Los ejemplos son varios, y destaca el apoyo del arquitecto Enrique Bordes, que aunque fue becario de diseño gráfico en 2013, y además comisariar y diseñar varias de las exposiciones de becarios, por destacar con su trayectoria paralela como teórico del lenguaje del cómic ha organizado numerosas exposiciones y publicaciones sobre las creadoras y creadores de esta disciplina que han disfrutado esta beca desde su creación hace ya diez años. Otras veces esa colaboración es producto de una feliz casualidad como con los arquitectos Jesus Aparicio y Jesus Donaire antiguos becarios y autores del proyecto ganador en el concurso para la gran transformación arquitectónica que pronto comenzará.

El elogio totalmente objetivo con el que acabo de exponer algunos de los motivos para justificar la concesión por la RABASF de la Medalla de Honor 2023, quiero concluirlo con otros testimonios personales y subjetivos de quienes actualmente pertenecemos a esta Academia y también tuvimos la suerte de disfrutar una beca crucial en nuestra formación profesional y personal.

Ese vuelco en nuestra vida que produjo la maestra Roma y que proclamamos todas las personas que hemos disfrutado de una de las becas de la RAER, es independiente del tiempo de la estancia; ya que, frente a los cuatro años de los pensionados de antaño, las pequeñas estancias de los actuales becarios de 3, 6 o 9 meses, son suficientes para producir efectos permanentes en toda una carrera posterior.

Los cinco escuetos textos que voy a leer son literales, pero también podríamos haber construido nuestro discurso pidiendo la participación a los nombres de la inmensa lista impresa en esa bolsa rosa fucsia en la que muchos llevamos nuestro ordenador, y que blandimos con orgullo de Medalla de Honor colgada en nuestro hombro. Precisamente esa bolsa se repartió en el encuentro romano para celebrar el 150 aniversario de la institución y que nos reunió a antiguos becarios con pensionados senior como el pintor Agustín de Celis (pensionado de 1960-64), o becarios hoy distinguidos con altos cargos como Andrés Úbeda (subdirector del Museo del Prado) o Jose Ignacio Carnicero (hoy secretario general de Vivienda).

Pero si a cada uno de los nombres de esa lista hubiéramos pedido que resumieran su estancia en la Academia de Roma con solo dos palabras, habríamos tenido un texto con más de dos mil.

Manuel Alcorlo (pensionado 1960-64) nos ha escrito unas pocas frases llenas de interjecciones que son un expresivo recuerdo:

¡ROMA! (exclamación)

¡La Academia de España! (otra exclamación)

4 años inolvidables en un lugar mágico, conviviendo con artistas entrañables y variopintos de los que tanto aprendí y a los que me unió para siempre una gran amistad.

4 años únicos, mágicos, enriquecedores que cambiaron mi vida

El arquitecto y académico Rafael Moneo (pensionado 1963 -65), redactó su personal y magistral crónica con estas palabras:

La estancia en la Academia de España en Roma ha jugado un papel crucial en mi vida. No conocía Roma, cuando a finales de marzo de 1963, Belén Feduchi y yo, recién casados, nos instalamos en la Academia. La vida colegial daba pie a una convivencia intensa ‒ director, secretario, tesorero, pensionados, conserjes, cocinero, etc.‒, toda una peculiar experiencia de la vida en una comunidad reducida, compartiendo todos el pan y la sal. Fue entonces cuando se gestaron fraternales amistades que han durado tanto como nosotros y que hacen que en estos momentos me sienta tan agradecido a la Academia. Y todo ello teniendo como marco el claustro y los torreones del viejo caserón decimonónico contiguo a San Pietro in Montorio, desde el que se disfruta la mejor visión posible de Roma, algo de lo que estábamos orgullosos y nos hacía sentir como si fuésemos auténticos ciudadanos romanos.

Todo el primer año transcurrió con enorme rapidez, sin que apenas durmiésemos más de una noche fuera del Gianicolo. No teníamos coche, ni muchos recursos, y de ahí que el caminar por Roma, el conocer Roma, se convirtiese en nuestra principal tarea. Todo llamaba nuestra atención: la Roma antigua y la Roma barroca, la Roma del risorgimento y la Roma del novecento. Por otra parte, la animada vida política, algo nuevo para nosotros, nos hizo ser lectores devotos, hasta caer en la adicción, de periódicos y semanarios, incorporándonos así a una vida pública con un interés al que no estábamos acostumbrados. Italia, en los primeros años 60, era un país activo e inquieto, con una oferta cultural amplísima: bienales; exposiciones; simposios y cursos monográficos sobre los más variados asuntos; conciertos, en los que la música tradicional convivía con la rupturista; cine, en el que el neorrealismo de Visconti y De Sica, todavía vivo, estaba dando paso a nuevos directores como Pasolini… En el campo de la arquitectura, las sesiones semanales del IN-ARCH en el Palazzo Taverna, presididas por Bruno Zevi y en la que Manfredo Tafuri era un joven profesor, nos hacían conocer personalmente a arquitectos, críticos e historiadores cuya obra y libros habíamos estudiado. Y así, el año de residencia en Roma fue como un santiamén, encontrándonos en mayo de 1964 con la obligación ineludible de comenzar con el estipulado año de viajes. Grecia fue nuestro destino, lo que nos permitió visitar, sin que el turismo las hubiera todavía desvirtuado, aquellas arquitecturas que hay que considerar como origen de la arquitectura occidental. Tras lo dicho, se comprenderá que haya dado comienzo a estas líneas afirmando lo importante que para mí fueron los años en la Academia”.

Blanca Muñoz (Beca de Grabado 1990 – 1991, resumió su estancia en esta pequeña síntesis:

En el año 1989 recibo una beca del gobierno italiano para formarme en la Calcofrafia Nazionale de Roma. A lo largo del curso mantengo contacto con la Academia de España y le propongo a su amable directora Trinidad Sánchez Pacheco que me permita rehabilitar -con la ayuda técnica de mi tutor Pino Trassari- el destartalado taller de grabado tras quedar seducida por su valioso tórculo y por una gran prensa litográfica, un pequeño espacio situado al final del jardín y abandonado desde hacía décadas. Nos ponemos manos a la obra. El siguiente curso académico estrena entonces la modalidad para Gráfica y afortunadamente me conceden la beca. Hoy siguen disfrutando nuevos artistas el taller.

La beca de la Academia de España en Roma me brindó la posibilidad de profundizar intensamente en la gráfica, compartir inquietudes y conocimiento con mis compañeros y ahondar aún más en la historia del arte italiano. Una calidad de vida hasta entonces inimaginable y que fue definitiva para comenzar mi verdadera profesionalización”.

La académica electa Leticia Azcue (pensionada 1981-82)

“La beca en la Real Academia de España en Roma fue una experiencia que me cambió, literalmente, la vida. Había estudiado mucho, pero demasiado a través de fotos y libros. Descubrí la verdad de la escultura, en directo, sin filtros, desde la clásica a la más contemporánea y aprendí a mirarla con otros ojos. Tuve la inmensa suerte de hacerlo junto al director Venancio Blanco, un extraordinario escultor y mejor persona, esculpí y aprendí a grabar, y conviví con una excelente promoción. Fui con una tesis iniciada sobre museología, pero al volver la abandoné, para empezar otra sobre escultura, que ha sido, desde entonces, el motor de mi carrera profesional.

Juan Bordes (beca historiador 1987)

Por último, no puedo dejar de incluir mi testimonio personal, que en mi caso comenzó con una casualidad que ciertamente cambió mi historia, pues la convocatoria la conocí al pasar por un quiosco de prensa y decidir que debía de comprar el periódico al sentir que tenía algo para mí: era un pequeño anuncio con la oferta de las becas. Aunque había ido a Roma con un viaje escolar, no quería volver si no era para una estancia larga. El proyecto que presenté y me aceptaron, fue realizar un libro de grabados sobre una selección de la antigua escultura romana que se conservaba en los museos Vaticanos, Capitolinos y de las Termas, a los que después añadí la colección Ludovici del palacio Altemps y las pocas piezas de la Sala Ottogona… Pero ese proyecto central, con más de 200 pequeños cobres que llevaba desde Madrid preparados con barniz para dibujar directamente in situ, no solo se sumaron las investigaciones en las bibliotecas Vaticana, Herziana y otras, sino también la amistad e intereses de compañeros becarios como Pedro Feduchi y Juan Calatrava…Y al final de la beca, mi mujer Maribel con mis dos hijos Enrique e Isabel me fueron a buscar a Roma para empezar un viaje hasta “descubrir” juntos Venecia, y después Nueva York…pero ese dispendio no lo dotaba la beca, ni tampoco el escueto sueldo de un PNN de la Escuela de Arquitectura de Madrid, la ayuda provenía de la reciente exposición que había realizado con el añorado galerista Fernando Vijande.

Juan Bordes Caballero

Académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando

Buenas tardes,

Director de la Real Academia

Secretaria de Estado de Cooperación Internacional

Director de Relaciones Culturales y Científicas

Señores Académicos

Miembros del Patronato de la Academia de España

Autoridades, amigos y amigas de la Academia

Es muy satisfactorio ver que esta sala, siempre repleta de voces de la cultura, hoy lo esté, además, rebosante con las emociones de una enorme representación de los creadores, investigadores y gestores culturales que vivieron en la Academia de España en Roma y disfrutaron del privilegio de poder desarrollar un proyecto profesional que, casi siempre, se trufó de experiencias de vida que nunca olvidarán. Un saludo muy especial para todos vosotros.

Creo que todos entendemos que, cuando Rosa Chacel, hablando de su marido Timoteo Pérez Rubio, dijo aquello de … “Roma se nos puso delante y nos cambió la vida.”, sabemos perfectamente a qué se refería.

Lo saben los 118 pensionados, becarios o residentes que acudieron a Roma el pasado sábado 9 de septiembre para participar en el primer Foro de becarios de la Academia de España en Roma. Sin duda, la convocatoria más emocionante de todas las que hemos tenido este año en el que celebramos nuestro primer 150 aniversario. 38 generaciones distintas estuvieron representadas, siendo Agustín de Celis quien se llevó los honores y admiración general por su contribución activa en las maratonianas sesiones de trabajo y por compartir su experiencia del periodo 1960-64 en el que disfrutó de su pensión.

Lo sabemos también cuando vemos los premios nacionales de Cultura que han sido otorgados a 19 hombres y 3 mujeres de los que han pasado por Roma. 10 de ellos de música. Entre otros, el de este mismo año, a Eduardo Soutullo. O el Nacional de Teatro concedido a Ana Zamora el pasado mes de septiembre. O el nacional de Artes Plásticas de 2022 a Rogelio López Cuenca, por citar los más recientes.

Y desde luego lo sabe todo el equipo de la Academia de Roma, a quien represento hoy aquí. De ahí el enorme orgullo que sentimos, que sentí, cuando recibí la llamada del Director y del Secretario de esta Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, para comunicarme la decisión del Pleno de Académicos de otorgar su medalla de honor anual. Esta medalla.

Se trata, nada más y nada menos, que del reconocimiento de la institución que nos vio nacer porque reclamó nuestra existencia durante decenios.

Y es que, en Roma, reivindicamos el sentirnos de algún modo parte de esta casa y, desde luego, forman parte de la nuestra desde 1873. Ustedes, maestros, padres y por supuesto compañeros, colegas y amigos, habían/han decidido reconocer nuestros primeros150 años de andadura. A veces algo torpe, con frecuencia tortuosa, y sin duda, las más de las veces, brillante. Y de ello hablaron Manuel Alcorlo, Juan Bordes y Rafael Moneo, tres de los académicos que, habiendo sido pensionados en los años sesentas y ochentas, unieron sus fuerzas bajo el impulso decidido y, seguramente insistente, de Juan Bordes, para traer al Pleno de esta Academia la deliberación de este reconocimiento. Muchísimas gracias.

Un agradecimiento que viene no solo del Embajador de España en Italia que no ha podido estar hoy aquí y de quien traslado sus saludos, ni del Consejero Cultural, el equipo de la Academia o su Patronato, a los directores que me han antecedido, sino de todos los becarios de su historia. Ellos son quienes deberían estar aquí arriba. La medalla es suya. Es vuestra. Y también, de algún modo, de quienes les permitieron vivir, o les acompañaron en la aventura romana y en todas las que continuaron después… o si no, preguntémosles a Josefina Ruano esposa de Dionisio Hernández Gil… Dionisio, maestro de quienes amamos el Patrimonio histórico y quien trazó sendas que muchos seguimos andando; y que a una gran cantidad de los aquí presentes les llevó a Roma para aprender, con los ojos y las manos, a escudriñar en libros aún desconocidos, descubrir iglesias, archivos, ruinas, muchas ruinas…  

Rosa Chacel, Josefina Ruano, Belén Feduchi o Isabel Quintanilla vivieron intensamente Roma y la Academia de la mano de sus parejas, ya que ellos eran los becarios. Nunca le pregunté a Francisco López si sabía si Isabel querría haber sido becaria en vez de él. Tampoco sé, todavía, si ella lo intentó. Pero sus obras nos hablan de esos muros rojizos, de las trepadoras del jardín o de los desconchones que impertérritos siguen recordándonos que el agua que baja desde el Gianicolo nunca será del todo encauzada. Rebelde a los intentos de contenerla con presas y diques, como cuando alguien quiere constreñir la creatividad, la libertad de expresión de quienes habitan la Academia. Ellas, ellos nos insisten en que tenemos que aprender a convivir con la Roma clásica, sus sampietrinos, su eterna belleza, su poética decadencia y sin duda, sus ilimitadas formas de entender la vida. Porque esa es una de las auténticas Romas…

Lo plasma muy bien Juan Luis Moraza, que cuando se presentó a la Academia siendo un joven artista que transitaba por el conceptualismo y ya bebía de Benjamin, y le preguntaron por qué quería ir a Roma cuando todos los artistas querían ir a Nueva York respondió “que viajar a Roma era viajar al Nueva York del futuro, que a Nueva York le faltaban muchas crisis, muchas muertes y resurrecciones…”

Claro. Es así. Y siempre será así. A Roma no llegan los artistas buscando las galerías con más volumen de negocio, ni los dramaturgos aspiran a encontrar el festival de teatro más innovador, ni los cineastas al productor más arriesgado. Persiguen otra cosa. Beber de las fuentes, también de las de las esquinas. Perderse en los archivos, con sus legajos, aun increíblemente sin abrir y, también, perderse para llegar al final de la línea del metro. Quedarse colgados admirando fachadas, campanarios, estorninos y también, con frecuencia, colgados sin internet. Comerse con los ojos a Caravaggio, Rafael, Miguel Ángel y, con las manos, pizzas, suplís y cientos de kilos de pasta. Llegan a encerrarse en sus estudios y disfrutar del privilegio de poder concentrarse, investigar, siempre investigar y después unos publicar y otros dibujar, pintar, tallar, escribir, filmar, etc…y por qué no a pasear, bailar, hablar, discutir, pensar… La Academia es la casa en la que tienen la posibilidad de pensar con otros y repensarse. De cuestionarse y sentirse increpados por la tensión del papel en blanco, o de esa pincelada que parece escaparse entre las ventanas que miran insolentes y majestuosas a Roma. Parece imposible no sucumbir a diario a lo que pareciera un espejismo y no desmayarse desde nuestras terrazas en el Gianicolo, como ese turista oriental con el que Sorrentino arranca la Grande Belleza, justo en nuestra colina.

No quiero avanzar más sin recordar, recordarnos y aclarar a quienes aún no nos han visitado, que en ese paraíso que es la Academia de España, lo que van a encontrar es, durante 24 horas al día, el eco del trabajo diario de quienes allí están. No saben de horarios, sus cabezas, su sangre, sus manos no descansan. Aunque de lo vivido, lo aprendido, lo disfrutado y lo sufrido en Roma, lo esencial podríamos decir, llega después: Dopo Roma. Y no olvidarán las tertulias, a veces punto de partida de sus propios proyectos, desde disciplinas diversas que se articulan “gracias” a Roma. Ni la convivencia que es esencial. Es frecuente, mucho, encontrarse en la biblioteca a las tres de la mañana alguien suspendido literalmente de una estantería, o enfrascado en la lectura del insomne que aprovecha la enorme oportunidad de poder dedicarse a lo que quiere y sabe hacer, en la Academia. Y es que, señores y señoras, no siempre los artistas, los investigadores, los restauradores, gestores culturales, compositores intérpretes, escritores, cineastas… en fin, realmente casi nunca, ellas, ellos, tienen la posibilidad de trabajar exclusivamente en lo que saben y quieren hacer. En su profesión. El sector cultural y los trabajadores del mismo no suelen poder vivir exclusivamente de ella.

Y de eso sabemos muchísimo en la Academia, porque cuando está a punto de concluir el periodo de estancia en Roma, regresa el vértigo, el pavor al recordar que dejarán de percibir esa magnífica beca que tanto tenemos que agradecer a la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) y los compañeros que tan, tan bien las gestionan. No podemos, no debemos olvidar que cada día de nuestra vida, todos vivimos y consumimos cultura. Hacemos nuestro el trabajo de los años de esfuerzo acumulado, de esa obra que nos transporta y nos emociona y que parece que fuera casual, espontánea y no estuviera fincada en desvelos, en sueños truncados, a veces en desesperación…. Y estas afirmaciones, que parecen obvias para todos los que somos profesionales del sector cultural, sin duda para todos los Académicos de esta honorable institución, debería ser obvia para una sociedad como la nuestra, que defiende las libertades, que aspira al bienestar de nuestras familias y a la igualdad como un derecho. Pero con frecuencia, demasiada frecuencia, vemos que hay que seguir recordándonos que no es así.

Recordemos también, como no, que más del 51% de habitantes de este planeta somos mujeres y que, en el sector cultural, el porcentaje aún es mucho mayor. Sin embargo, estoy segura de que no se extrañarán si les digo que en la Academia solo el 37,5 % de los becarios han sido mujeres. Lógicamente todos sabemos que la historia reciente de la cultura y de la de nuestro país es así. Que la Academia de Roma es solo un reflejo de la dificultad para reconocer el talento de la mujer o, sencillamente, de la imposibilidad que tuvieron durante decenios para acceder a esta institución pública. Efectivamente, hubo que esperar 55 años para que llegara la primera mujer, la compositora María de Pablos en 1928. O 92 años, para que Teresa Peña fuera, en 1965, la segunda mujer y la primera pintora. Anteayer, en definitiva. Después se sucedieron generaciones en las que historiadoras del arte, arquitectas, restauradoras eran seleccionadas. Pero no es hasta bien entrado el siglo XXI que llega la primera generación en la que fueron mayoría las mujeres también del sector de la creación, y no solo de la gestión o investigación. Pareciera que es un tema ya resuelto y nos justificamos con frecuencia en que solo era así en el pasado. Pero quizá no es necesariamente así. Y seguro que ya no debe ser así.

Es evidente que muchísimas de las profesionales que están en esta misma sala se preguntan cómo estamos representados en la Academia de San Fernando, y si, si lo estamos. Roma, nuestra Academia ha contado a lo largo de su historia con 72 profesionales que fueron o son Académicos de Bellas Artes de San Fernando. De ellos, 66, nombrados después de su estancia en Roma. Y del total, dos mujeres. La artista Blanca Muñoz de quien custodiamos un interesantísimo grabado producido durante su estancia en Roma; y la historiadora del arte y conservadora de museos Leticia Azcue, elegida académica de número en 2022. A ambas quiero agradecerles personalmente el que estén hoy aquí. Ellas representan no solo el rigor profesional, lo que es incuestionable, sino el tesón. Y en el caso de Leticia, además, el esfuerzo en hacer eso que hacemos los/las conservadoras de museos, por cierto, numerosas en esta sala, el ser una suerte de mediador en la trasmisión de conocimiento hacia la sociedad.

Lo que es obvio es que no era ni es fácil, para las mujeres, compaginar la vida, la maternidad, el cuidado de los hijos con la profesión; el ausentarse de casa durante meses. Lo sabemos. Por eso estamos poniendo remedio y este año, por ejemplo, tenemos a una artista con su hijo de 12 años, a otro con un bebé de 4 meses. Y sobre todo, intentamos poner los medios para que en un futuro muy cercano podamos tener óptimas condiciones y residan familias con niños. En ello estamos, porque cuando no es así, quien suele tener que renunciar es la mujer. Era y aún es, lo habitual.

Queda mucho por hacer, por eso esta medalla lo es también al esfuerzo del equipo, pequeñísimo pero maravilloso, de profesionales que trabajan en Roma. Algunas están aquí. Gracias a M. Luisa Sánchez Llorente siempre perfecta, infatigable, tenaz, cuidadosa y fiel compañera, quien está liderando también la progresiva mejora de las instalaciones hasta el mínimo detalle de la vida cotidiana que nos afecta a todos. A Margarita Alonso impecable en la gestión del patrimonio de toda índole, también el de las emociones. A María Nadal incansable y con una sonrisa siempre atendiendo mil fuegos. O Cristina Esteras que es una máquina y ha aprendido más de lo imaginable. Gracias por sumar siempre y viajar a Madrid. Obviamente no quiero olvidar a los que se han quedado en Roma pero están, sin duda, de algún modo aquí hoy. Especialmente a Silvia Serra quien año tras año, cuida y ama la Academia con la pasión de quien ha dejado parte de su vida en ella, con el celo de quien guarda en la memoria la experiencia acumulada. Y sin duda a Miguel Cabezas quien, entre otras cosas, sigue atendiendo las mil necesidades de los residentes, también los que este año ya han llegado y gestiona sus anhelos, desvelos y descubrimientos de una ciudad que no olvidarán. También es esencial Pino Censi, amable y siempre atento; así como forman parte de la casa Mino Dominijanni, Alessandro Manca o Roberto Santos. Ni quiero olvidar a quienes estuvieron hasta hace unos años, como M. Luisa Contenta o Cristina Redondo; Ana María Marín o Paco Prados o recientemente Luca Piccolo. Ni por supuesto las fantásticas Brenda Zuñiga aplicada, cuidadosa y paciente o Paola Di Stefano, cuyo esfuerzo en superarse no tiene más límite que el de la energía que pone al servicio de todos para mejorarnos un poco nuestra vida. Les también les agradezco su esfuerzo más allá del cumplimiento del trabajo por el que se les paga. Por cierto, a todos ellos poco, poquísimo; la Secretaria de Estado lo sabe bien, tanto como nuestro Director de Relaciones Culturales y Científicas hoy con nosotros. Agradezco vuestro esfuerzo para que deje de ser así y que trasladéis la importancia de ello. Y es que la Academia se construye cada día con la colaboración de muchas personas, algunas podrían pasar en el silencio de nuestra historia, pero no sería justo y sabemos que, por ejemplo, no podríamos vivir sin Federica Andreoni, Marco Colucci o Attilio Di Michele. Todas, todos son granitos de arena de nuestro Mons Aureo. Dorado. Bello. Iridiscente.

Y es el momento de agradecer a los miembros de la “Academia expandida”, que ha hecho durante estos años que tengamos unos especialísimos líderes. Me refiero por supuesto a nuestro Patronato. Les aseguro que van más allá del deber, del compromiso con la institución, con el país. A ellas/ellos, a los que están aquí hoy acompañando este emotivo acto y a los que no han podido venir, les pertenece por igual esta Medalla.

Director, gracias por tu colaboración constante y la del resto de académicos de esta casa. No solo a través de los vocales que representan las secciones de la misma y que participan activamente en los procesos de selección de quienes luego disfrutarán de una beca de estancia y ayuda a la producción de sus proyectos. Por cierto, procesos de selección que son complejos por ser garantistas; rigurosos por ser profesionales; limpios y transparentes por primar exclusivamente la calidad de los proyectos y las capacidades de los candidatos evaluadas también en las respuestas de las entrevistas finales. Hemos ido perfeccionando modelos. Escuchando opiniones. Probando y discutiendo cómo avanzar para estar a la altura de lo que exigimos al sector público y la excelencia que buscamos para quienes llegan a Roma. También apostando por la experimentación. La innovación. La búsqueda sin límites.

La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando ha participado en los procesos de selección junto a los vocales elegidos de entre profesionales del sector que equilibran las especialidades, perspectivas y orientaciones de un patronato plural y de incuestionable prestigio. Pero ha ido más allá… Les invito a que buceen en su página web y naveguen por la realidad virtual que les permitirá recorrer el Templete de Bramante y poco a poco las estancias de nuestro complejo monumental. Gracias a los académicos señores Luzón y Almagro, así como al resto de vuestros colaboradores

De entre los Académicos que participan en nuestro Patronato, quisiera agradecer a Estrella de Diego, entre otras muchas cosas, por su maestría y comisariado para llevar a La Ribot hasta Roma, para que recorriera las torres, jardines y girase en torno al Templete de Bramante. Fueron tardes que, en el tramonto estival, nos dejaron sin aliento. Gracias también a José Ramón Encinar por proponer, perseguir, aconsejar e impulsar el mejor programa de música que se ha llevado a cabo en decenios, o quien sabe si nunca. Él, hizo historia al hacer posible que escucháramos en San Pietro in Montorio el estreno de la música del primer becario, Valentín de Zubiaurre. Contó con la ayuda de Adriana Laespada quien se fogueó en la producción entre bambalinas.  Sin olvidar, el concierto de la orquesta de RTVE en el Parco de la Musica en Roma, o las colaboraciones con ensambles italianos con quienes seguiremos trabajando después de este año tan especial. Efectivamente, sembrar para crecer.

Y unas gracias muy particulares a Juan Bordes quien, habiendo sido becario y hoy miembro del Patronato, como artista ha contribuido con algo muy especial. Nuestra medalla conmemorativa del 150 aniversario. Tal y como hizo Francisco López en el 125 aniversario, Juan ha diseñado una preciosa pieza, una pequeña escultura realmente, que estamos entregando a quienes, por ejemplo, han contribuido a colaborar de modo excepcional con la Academia de Roma.

Continúo para dar unas pinceladas que ilustren la celebración de este 150 aniversario, en la que, voluntariamente, hemos huido de los fastos puntuales. En el seno del Patronato y con la aprobación del Director de Relaciones Culturales y Científicas, hemos generado una trama de actividades en España, en Italia y en distintos países en los que está presente la red internacional de nuestra acción cultural. Se perseguía algo tan sencillo como evidente: que la multiplicidad de perspectivas que aportaban los becarios de la Academia fuera la que llegara a unos ciudadanos que no siempre nos conocían. Tantos lenguajes como los de nuestros residentes. Tantos enfoques como los de los comisarios, coordinadores o activadores del conocimiento acumulado y que se genera día a día. Un programa en el que comenzamos a trabajar con mucha antelación, con cautela, sin estridencias, donde los contenidos marcaban la agenda de prioridades.

Y es por ello que agradezco a Jorge Fernández su contribución a la discusión sobre la cooperación cultural, en un hito histórico como fue la primera reunión en Roma de los directores de los centros culturales de la cooperación española. Cita a la que asistió el Director de AECID y en la que se inauguró el proyecto Reactivando Videografías, brillantemente coordinado desde la Academia por Miguel Cabezas y en donde participaron más de 70 artistas de toda nuestra red de centros. Remedios Zafra dirigió los seminarios sobre el videoarte en el espacio virtual que son y serán una toma de posición y referencia internacional. Mil gracias Remedios también por tu participación inolvidable en los cientos de entrevistas a aspirantes a becarios, al igual que Concha Jérez o Jordi Teixidor, siempre con vuestra sugerente, aguda y propositiva acción, ayudando especialmente a los creadores a que expresaran lo que no alcanzaban siempre a definir con palabras. A Charo Otegui por estar, por ser cómplice. Porque siendo como fue directora de la Academia hace algunos años siempre ha sido sensible en la búsqueda de soluciones; y nos ayudó también a situar al principio, junto a José Andrés Torres Mora, nuestra programación en la agenda de Acción Cultural Española (AC/E), a quien debemos más de lo imaginable y, sin duda, poder disponer de los fondos para un programa que arrancó, con modestia, hace tres años y continuó con Isabel Izquierdo, Pilar Gómez, Gabriel Planella, Marta Rincón o Alma Guerra, entre otros.  Con la exposición de Pepe Espaliú, Rogelio López Cuenca o la de los artistas “romanos” de Nave Oporto, otra extensión en Madrid de la Academia. Un programa que fue la antesala de las más de 100 actividades llevadas a cabo en este intenso año. En un 2023 que no olvidarán mis compañeros de aventuras porque están casi exhaustos, pero orgullosos de haber hecho posible el milagro de tejer sin apenas recursos propios. Pero con la suma de tantas y tantas voluntades, entre las que tampoco se pueden olvidar las de las direcciones generales de industrias culturales y la de patrimonio cultural y bellas artes del Ministerio de Cultura. De proponer miradas a creadores que pasaron dejando una huella imborrable en nuestra institución y que, quizá, como tantos episodios de nuestra casa no eran suficientemente conocidos. Y en ello sin duda, Santiago Eraso ha sido decisivo. Le pedimos una propuesta para activar territorios más allá de los obvios, siempre en el marco temporal que partía del programa que se llevó a cabo en la celebración del 125 aniversario y que fue impulsado por Felipe Garín, con la colaboración siempre erudita de Carlos Reyero o Juan Manuel Bonet. Sin olvidar las contribuciones fundamentales de Juan María Montijano o Fernando Sanz. Y nos solapamos en los pliegues del inicio de la transición para hilvanar puntadas de algunos de los procesos culturales de la historia reciente de nuestro país y por supuesto de nuestra Academia. Procesos que, como tales, nunca tienen puntos de partida claros, sino que son capas y capas con tantas lecturas como quienes las relatan. De ahí, que su apuesta fuera dar voz a múltiples activadores o comisarios. En un programa englobado con el título de Vivir varios tiempos a la vez yque ha implicado a más de 200 creadores que fueron convocados en una suerte de cadena por los 10 activadores/comisarios de cada una de las escenas de la discusión. Esteras ha sido la brillante gestora del ariete que es Eraso y evidentemente me siento muy orgullosa de haber aprendido de y con él.

Este 150 aniversario y su mapa de acciones lo completamos con colaboraciones igualmente estelares con otras instituciones públicas y alianzas quizá no suficientemente exploradas hasta el momento y que sin duda seguirán. Tejer, crecer, sumar. Esa es la clave. Eso es lo que el equipo de la Academia sabe hacer. Avanzar. Apoyar a los investigadores y creadores que pasan por Roma para generar cambios, revisar, volver a pensar.

Agradezco a mis compañeros del Museo Sorolla por llevar por primera vez a Roma una exposición monográfica del pintor. O al Museo de Altamira, el Museo de Escultura de Valladolid, o al Museo de Arte contemporáneo e iberoamericano MEIAC de Badajoz por sus diálogos con nuestros jóvenes artistas. A la Fundación Enaire en las naves de Gamazo en Santander por acoger la exposición de más de 30 mujeres artistas, en su mayoría procedentes de nuestra colección permanente y que nació gracias al impulso de Irene Rodríguez desde nuestro Ministerio. Todos nos abrieron sus puertas, o sus almacenes como el Museo del Traje. Todos con entusiasmo. Todos proponiendo diálogos desde la contemporaneidad con las colecciones públicas.

Y quizá destacar el esfuerzo realizado en, y con, el Museo de Bellas Artes de Valencia en la exposición La Huella de Roma, en la que su comisaria, Dolores Jiménez Blanco, ofrece una revisión inteligente de nuestra historia, con lecturas desde cinco prismas distintos que son un caleidoscopio donde nos vemos muy bien reflejados. Más de 100 obras de arte y cerca de 50 documentos y fotografías históricas del archivo han sido rescatados por Dolores y gracias a las propuestas y apoyo metódico de la cancerbera que es del acervo documental de la Academia, Margarita Alonso. Una muestra de esa Academia expandida que está en el Museo del Prado, en el Museo Centro de Arte Reina Sofía, en numerosísimas colecciones y obviamente también en las del Museo de esta Academia en Madrid. Muchas gracias a todos los que han prestado, han colaborado y han ayudado a que sean posibles con poquísimos medios estos milagros. Gracias a los directores, pero por supuesto también a los gestores/as culturales y las restauradoras del patrimonio por su trabajo anónimo e imprescindible.

También pueden disfrutar de esta red de complicidades institucionales y de creadores durante estos meses con videoarte y cine en el Círculo de Bellas Artes de Madrid o teatro en el Centro Dramático Nacional. Y en breve, un gran concierto en el Auditorio Nacional de Madrid. Pero no puedo olvidar la magnífica colaboración con la Fundación Cerezales en León, el Centro Federico García Lorca en Granada, Halfhouse en Barcelona, las Escuelas de Artes de Algeciras o Toledo o, por ejemplo, la Residencia de Estudiantes en Madrid en donde comenzamos en enero de este año.

En las librerías encontrarán numerosas publicaciones que han acompañado este esfuerzo colectivo. Quizá una de las más entrañables para nosotros Contar un Monte de Oro. 10 años de comic en la Academia, representa de la mano de su comisario Enrique Bordes y editado con la colaboración invalorable de Martín López Lam, una de las apuestas más firmes e innovadoras de nuestra institución. 18 artistas que, con sus novelas gráficas, historietas y viñetas, ilustran algunas de las páginas más sugerentes de nuestro siglo XXI. Grandes creadores, con enormes reconocimientos y todos merecen esta medalla. Al igual que quienes han trabajado en Roma con animación, videoclips o instalaciones sonoras. De algunos, de las dramaturgias y puestas en escena, de los diseños de moda y sus desfiles o de la danza siempre insuficiente o de los performances, apenas quedan rastros documentales. Solo aquellos que sus autores quisieron documentar y dejaron archivar. De otros, como los que vivimos en la pandemia mientras intuíamos caminos para seguir viviendo, solo queda la experiencia del momento, en las retinas, en la piel, en el gusto. Y la enorme generosidad del tiempo compartido.

Como ven, como saben, la pluralidad en las formas de expresión de los creadores e investigadores no tienen muchos límites, tan solo los que les ponen quienes viven de espaldas. Alejados de la realidad.

Y como en la Academia, aunque flotemos extasiados ante la gran belleza de la ciudad, les confieso que cada día las campanas de la torre de San Pietro in Montorio y el cañonazo impertérrito de las 12:00h, nos saluda desde el Gianicolo y nos hace poner los pies en el suelo. Tanto, que no olvidamos que el Real Decreto 813/2001 en vigor, en su artículo 1 señala que la Academia cuenta con “la finalidad derivada de lograr una mayor presencia cultural española en Italia, un mejor entendimiento de las culturas de ambos países y una mayor vinculación cultural entre Europa e Iberoamérica”. Y que poco a poco, se pretende contribuir a generar redes más amplias, en las que el intercambio de experiencias entre profesionales de otros contextos culturales sea más sencillo, más natural. De ahí, por ejemplo, que acabe de concluir con gran éxito la edición anual del proyecto de residencias de jóvenes artistas palestinos en el marco del programa ACERCA PLUS de la cooperación española, que se inició hace tres años.

Es por ello que seguimos avanzando en generar cauces para que la gestión de la Academia sea más ágil. Para convertir la Academia en una Fundación del sector público, con medios e instrumentos para facilitar la proyección y el seguimiento de los creadores e investigadores que han pasado por Roma. Que permitan evaluar el aprovechamiento de los recursos públicos invertidos a medio y largo plazo. Que faciliten la incorporación de inversión privada y profundizar en alianzas como la que se llevó a cabo con la Fundación ACS para mejorar la accesibilidad a zonas emblemáticas del conjunto monumental. O la posibilidad de optar a fondos procedentes de líneas y programas de investigación internacional. Un proceso iniciado en 2019 por el Ministerio de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación que cuenta con el apoyo firme del Ministerio de Cultura, así como con el de Administraciones Públicas. Un proceso no siempre fácil pero necesario ya que, como expresó la Secretaria de Estado: “el proceso de cambio que está afrontando [la Academia] se concreta en […] el ámbito administrativo, en la transformación en fundación de derecho público, para dotarla de los instrumentos necesarios para poder desarrollar sus funciones y alcanzar sus objetivos con una mayor flexibilidad de gestión”.

Igualmente es emocionante y un gran reto, el enfrentar las obras de rehabilitación y ampliación de la sede actual de la Academia. Una Academia que ha sido y debe seguir siendo un referente en arquitectura y para los arquitectos. Pero estamos en buenas manos, en las de profesionales de prestigio que conocen perfectamente las necesidades de la institución y la importancia de respetar en todos sus términos el conjunto monumental de San Pietro in Montorio. El proyecto, ganador de un concurso internacional -del estupendo equipo de Estudio de Arquitectura Jesús Aparicio y Jesús Donaire + María Milans- está liderado en su ejecución y financiación por el Ministerio de Vivienda y Agenda Urbana (antes Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana). A los profesionales de dicho Ministerio y en especial a su Secretario General, Iñaqui Carnicero quien es bien conocedor de las necesidades de la Academia ya que fue becario en el año 2008 le agradecemos su generosidad y visión de Estado, en una colaboración estratégica con el titular de la Academia, el Ministerio de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación. Una suma de esfuerzos que mejorará los estudios de los residentes, proporcionará nuevos talleres y facilitará la accesibilidad en la justa medida en la que el patrimonio histórico del inmueble lo permita. Una intervención sutil que no afecta al claustro del Templete de Bramante y apuesta por un patrimonio cultural que custodiamos y conservamos. Al igual que el legado de los hombres y mujeres que constituyen nuestro patrimonio más preciado y que se enriquece día a día. Quisiera destacar las recientes donaciones en estas últimas semanas de algunas obras emblemáticas. Por un lado, una pintura de la primera mujer artista de la Academia, Teresa Peña, que aún no estaba representada en la colección permanente, por parte del Museo de Arte Teresa Peña (Burgos). O la interpretación realizada por Santiago Ydáñez de la Transfiguración de Rafael Sanzio, cuyo original estuvo en la iglesia de San Pietro in Montorio hasta su saqueo por parte de las tropas napoleónicas. Contribuciones generosas y emblemáticas en un año en el que todo tiene más sentido que nunca.

Y nada mejor que acabar por el principio, y recordar que la exposición de motivos del Decreto Fundacional de la Academia, entonces llamada Escuela española de Bellas Artes en Roma y su primer reglamento publicado en la Gaceta de Madrid un 8 de agosto ya era explícito al respecto, cuando el Ministro de Estado Santiago Soler y Pla -a partir del texto de Castelar, afirma que  “aprobando este decreto, demostrará el Gobierno de la República, que, en medio de los dolores de lo presente, le queda tiempo y serenidad para preparar mejores días a las generaciones por venir”.

Así fue y que así siga siendo.

Muchas gracias.

M. Ángeles Albert de León

Directora de la Real Academia de España en Roma

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