Academia

VIII Premio ‘Rafael Manzano’ de Nueva Arquitectura Tradicional

16 de octubre de 2019

El objetivo del Premio Rafael Manzano de Nueva Arquitectura Tradicional es difundir el valor del patrimonio arquitectónico tradicional como referente de nuestro tiempo en el ámbito territorial de España y Portugal, tanto en la restauración de monumentos y conjuntos urbanos de valor histórico-artístico como en la realización de obras de nueva planta que, basadas en las tradiciones locales, sean capaces de integrarse armónicamente en dichos conjuntos.

El galardón se concedió por primera vez en octubre de 2012. Desde entonces, se ha otorgado anualmente a arquitectos en activo. En 2017, gracias a la colaboración de la Fundaçao Serra Henriques y la Ordem dos Arquitectos, y con el alto patrocinio del presidente de Portugal, el premio se extendió también a este país, además de España, otorgándose a arquitectos que ejercen la profesión en cualquiera de los dos estados.

Convocado por INTBAU (International Network of Traditional Building Architecture and Urbanism), gracias al generoso apoyo de The Richard H. Driehaus Charitable Lead Trust, cuenta con la colaboración de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Kalam, la Fundação Serra Henriques e Hispania Nostra.

Este premio, a diferencia de otros, no tiene por fin reconocer a los arquitectos cuyas obras representen mejor las últimas tendencias arquitectónicas, ni aquellos cuyas intervenciones supongan vanguardistas transformaciones del patrimonio, sino a quienes a lo largo de su carrera profesional han contribuido con su obra a la conservación, continuación y adaptación a las necesidades contemporáneas de las tradiciones constructivas, arquitectónicas y urbanas propias de aquellos lugares en los que hayan intervenido.

Se trata, por tanto, de profesionales que desempeñan una importante labor, dada su manifiesta continuidad con el pasado, resultando a menudo poco reconocida.Se honra así a quienes vienen desempeñando esta labor, contribuyendo con ello a promover una mejor conservación del patrimonio arquitectónico y paisajístico.

El premio toma su nombre del arquitecto gaditano Rafael Manzano Martos, quien ha dedicado su vida profesional a la preservación del patrimonio arquitectónico y urbano español, tanto a través de la restauración, como del diseño de nuevas arquitecturas basadas en ese patrimonio. Esto le valió ganar en el año 2010 el premio internacional Richard H. Driehaus de Estados Unidos, siendo con ello el primer y, por el momento, único arquitecto de la Península Ibérica en haber recibido este galardón.

El octavo Premio Rafael Manzano ha sido otorgado a los arquitectos Antonio María Braga y Alberto Castro Nunes, quienes han destacado en la práctica de las tradiciones arquitectónicas portuguesas, tanto en la realización de nuevos edificios clásicos y vernáculos, en su mayoría encargados por diversas administraciones públicas, como en sus intervenciones sobre edificios existentes. En el desarrollo de esta labor es notorio su fuerte compromiso con los materiales naturales y los oficios tradicionales de la construcción, buscando que sus obras se caractericen por su durabilidad, su sostenibilidad y su belleza. Cada uno de sus trabajos constituye un verdadero manifiesto sobre la formación cívica, el respeto al carácter propio del lugar, el humanismo y la dedicación a la comunidad. Se trata en general de obras de pequeña escala, o descompuestas en elementos capaces de recuperar ésta, que logran sanar los tejidos urbanos en los que se insertan, recuperando su equilibrio con la naturaleza y con la cultura local. Además, su utilización de las formas clásicas y vernáculas no está exenta de creatividad y originalidad, lo que es buena muestra de su maestría arquitectónica.

Por su parte, la primera medalla Richard H. Driehaus a la Preservación del Patrimonio ha sido concedida a los arquitectos Antonio Almagro Gorbea, impulsor de los primeros trabajos dirigidos a la recuperación del patrimonio material e inmaterial de Albarracín, y Antonio Jiménez Martínez, director y gerente de la Fundación Santa María de Albarracín, dedicado a continuar y amplificar aquel primer impulso.  
Antonio María Braga y Alberto Castro Nunes comenzaron a trabajar juntos a mediados de los años 80, en un momento en el que la legislación portuguesa prácticamente impedía construir con materiales distintos al hormigón armado. Su preocupación por introducir progresivamente otros materiales tradicionales que articulasen de una forma más respetuosa sus diseños y construcciones se convirtió pronto en una constante exploración de nuevas fórmulas para dotar de solidez, funcionalidad y armonía a sus obras.

Entre sus numerosas obras pueden destacarse las siguientes:

Los Juzgados de Vila Nova de Foz Cõa, Guarda, realizados en 1989 y situados en la Plaza Mayor de la localidad, donde se encuentran también dos de sus principales edificios históricos, el ayuntamiento y la casa parroquial. Diseñaron un edificio en forma de “L” que completara y delimitara dicho espacio público, con una torre octogonal en la esquina que sirve como entrada y se dispone en el eje de la plaza. El regular ritmo de huecos verticales y la axialidad de este acceso contribuyen a subrayar el carácter público del edificio frente a otras arquitecturas más populares que lo acompañan en torno a la plaza. 

Unos años más tarde, en 1994, finalizaron la primera fase del ANIM, el Archivo Nacional de Imágen en Movimiento, situado en Bucelas, Loures, y cuya construcción se prolongaría en ampliaciones sucesivas hasta 2004. Es una institución casi única en su género, destinada a albergar, conservar y restaurar el patrimonio fílmico portugués. Se trata, por la demanda de espacio que esto supone, del edificio más grande que han construido hasta el momento. Sus 8.000 metros cuadrados se distribuyen en diferentes edificaciones, las cuales se ordenan en torno a distintos patios. Cada una de ellas fue resuelta con lenguajes más clásicos o más vernáculos, en función de las necesidades a resolver y del momento en el que se construyeron las mismas.

Más al sur, en Odemira, Beja, realizaron un importante conjunto de edificios públicos a partir de 1995. Esta serie de actuaciones comenzó por salvar el edificio de la Casa Consistorial, cuya demolición se estaba gestando en aquel momento. En lugar de ello, rehabilitaron, transformaron y ampliaron el edificio existente, dividiendo este crecimiento en una serie de volúmenes diferenciados, de forma que se mantuvieran la jerarquía y la escala adecuadas en la plaza, que sigue hoy estando presidida por el Ayuntamiento del siglo XIX. Además, diseñaron en 1997 un Centro Municipal de Exposiciones que configura otro de los alzados de la misma plaza. Se accede a él por una arquería abierta en planta baja que proporciona un agradable y sombreado espacio en el que sentarse en este importante nodo de la vida urbana del municipio. Finalmente, en el año 2000, realizaron la Biblioteca Pública de la misma localidad, situada en un ámbito distinto: sobre una elevación que domina el valle del río Mira y por tanto con una gran presencia en el paisaje local. Cuenta por ello con un alzado más urbano y clásico hacia el centro de Odemira y un frente de carácter más vernáculo, torreado y con arquerías de impostas muy bajas que se abren a las vistas del valle. Estas arquerías sirven, además, de callejón cubierto conectando la zona alta con la del río, salvando un desnivel que se ha aprovechado para emplazar en él un teatro a cielo abierto.

Cerca de Odemira se sitúa la Casa do Peter, realizada en 1999 con las formas y materiales propios de la región, entre los que destacan la piedra, la madera y los refulgentes encalados.

En el mismo año realizaron, en colaboración con Léon Krier, el Museo Arqueológico de Odrinhas, Sintra. Situado junto a las ruinas romanas excavadas en torno a la atractiva y sencilla ermita de San Miguel, el programa del museo fue desgranado en un conjunto de edificios interconectados, cada uno de ellos destinado a diversas funciones. La descomposición del edificio en varios cuerpos permitió configurar tanto con ellos como con los volúmenes preexistentes una serie de bellos espacios públicos abiertos, creando una acrópolis vernácula con vocación de articular todo este ámbito de Odrinhas. Entre los diversos edificios erigidos destacan la nave basilical que alberga la principal colección lapidaria romana, el volumen que cobija la biblioteca y el espacio cilíndrico utilizado para realizar proyecciones y representaciones teatrales.

En el entorno de este museo realizaron también la Escuela de Artes y Oficios de Odrinhas, terminada en 2003 y destinada originalmente a la formación de técnicos en las diversas labores de restauración que los vestigios arqueológicos del yacimiento adyacente fueran demandando y dedicada hoy por hoy a la formación en diversos oficios artesanos. Está distribuida en torno a un patio triangular y cada uno de los volúmenes que la componen fue dotado de un carácter diverso. El edificio que alberga las clases y los despachos cuenta con una arquería abierta al patio en planta baja y una logia dispuesta sobre ella. Los talleres se cubren con una estructura de madera que se prolonga sobre el patio para dar lugar a un porche soportado por pies derechos de madera. Las fachadas de ambos edificios hacia el patio están hoy muy desfiguradas por una desafortunada intervención reciente, que anula la capacidad de estos sistemas para regular la temperatura en las distintas estaciones de los espacios conectados a ellas. Hacia la calle, una torre marca el acceso principal y en su parte superior se sitúa una sala cubierta con una bonita estructura de madera. 

Continuando su relación con el cine, realizaron la sede de la Cinemateca Portuguesa en Lisboa, inaugurada en 2003. El proyecto parte de la restauración y rehabilitación de un edificio histórico, situado en el número 39 de la rua Barata Salgueiro. Este edificio constituye el corazón de la Cinemateca y abrazándolo se erigen varios volúmenes que se prolongan hacia el interior de la manzana para definir un amplio patio al que se abren la cafetería, la librería y una luminosa galería en doble altura. Esta última conecta con el antiguo edificio y con las salas de proyección situadas en la planta baja. Para este espacio diseñaron soportes verticales y barandillas cuyos detalles conectan este espacio con su función, inspirados en rollos de películas desplegándose por unos y otros elementos. 

Regresando al Alentejo, realizaron en 2013 la Biblioteca Pública de Portel, que completa y recompone el entorno del convento de San Pablo y, en 2016, el Centro de Interpretación de la Naturaleza y del Alcornocal de la misma localidad, erigido en torno al conjunto de la ermita y la iglesia de San Pedro. Se reconstruyeron y ampliaron las ruinas de las construcciones que en el pasado cobijaban a quienes peregrinaban hasta este paraje. 

Han escrito de forma recurrente en revistas y periódicos sobre estas cuestiones, siendo importante también su labor en la promoción de la nueva arquitectura tradicional en Portugal. En sus últimos trabajos utilizan sólo materiales naturales y locales.
La ciudad histórica de Albarracín está situada en el occidente de la actual provincia de Teruel, sobre una loma abrazada casi por completo por el río Guadalaviar. Llegó a ser capital de un reino taifa y fue un importante centro político durante el Medievo, convirtiéndose en sede catedralicia en el siglo XII. Ya en el siglo XX comenzaría una etapa de retroceso económico y demográfico que supuso la ruina de gran número de sus edificios y que no pudo contenerse hasta las últimas décadas del mismo, cuando precisamente gracias a su patrimonio se estabilizó nuevamente su población y comenzó su recuperación económica.

En 1961 fue declarado Monumento Nacional. Fue a partir de ese momento cuando la Dirección General de Bellas Artes comenzó una labor de consolidación progresiva de los edificios arruinados y cuando inició con ello la recuperación de la ciudad.

Al frente de estos trabajos estuvo Antonio Almagro Gorbea, quien empezó a intervenir en Albarracín en 1971, al terminar sus estudios en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid. Continuó con esta labor ya como Arquitecto de Zona de Aragón de la Inspección Técnica de Monumentos y Conjuntos Histórico Artísticos, función que desempeñó desde 1975 a 1984. Estas intervenciones iniciales consistieron básicamente en consolidaciones estructurales y reparaciones de cubiertas que contuvieran el deterioro progresivo de los edificios en peor estado. Además, se desarrolló una normativa que buscó dificultar todo lo posible que los edificios deteriorados pudieran ser declarados en estado de ruina, lo que hubiera facilitado su posterior derribo y sustitución. Eso permitió que más adelante y también gradualmente los propietarios de los mismos fueran rehabilitándolos interiormente para volver a utilizarlos. Se trata, por tanto, de un trabajo continuado durante largo tiempo, regenerándose poco a poco el tejido urbano existente.

Se partió en todo momento de la premisa de respetar en estas reconstrucciones la estructura urbana histórica de Albarracín, así como su volumetría y los materiales tradicionales que componen su arquitectura característica: la piedra, la madera y el singular yeso rojo local. Este último material, tan resistente que se ha utilizado profusamente como revestimiento exterior, y muy deformable, siendo capaz por tanto de absorber los movimientos de la madera, es el que dota a Albarracín de sus conocidos tonos rojizos. Para lograr mantener su uso en las nuevas intervenciones, Antonio Almagro impulsó la recuperación de los hornos de cocción de yeso del lugar y la reactivación de su fabricación a la manera tradicional, pues sus prestaciones probaron ser muy superiores a las de los yesos industriales y es un material de barata y poco contaminante producción, además de abundante en el propio sitio.

Se recuperó también en aquella etapa la silueta de la muralla, elemento fundamental en este proceso por su importancia en el perfil de la ciudad. Para ello se reconstruyeron los tramos perdidos y se recuperaron su altura y su almenado originales.

Por otra parte, estas intervenciones incorporaron todos los avances existentes en materia de documentación del patrimonio, siendo Albarracín el primer conjunto histórico español que contó con una documentación completa realizada con técnicas de fotogrametría.

Recogió el testigo la Fundación Santa María de Albarracín, creada en 1996 y dirigida desde un primer momento por Antonio Jiménez. Se fundó tras la organización de dos escuelas taller que generaron numerosos puestos de trabajo y que permitieron rehabilitar el antiguo Palacio Episcopal, sede de la Fundación, el Palacio de Reuniones y el Museo Diocesano. Este impulso inicial permitió después profesionalizar el programa y crear un plan de acción integral.

El trabajo de la Fundación engloba fundamentalmente tres líneas de actuación: la restauración de los bienes muebles e inmuebles de Albarracín, el principal activo del lugar; la programación continuada de actividades culturales que contribuyen a revitalizar la población y que incluyen conciertos, exposiciones, cursos y seminarios organizados durante todo el año y para los que la Fundación cuenta con sus propias residencias; y la gestión de todo el patrimonio rehabilitado, incluyendo su mantenimiento.

Este excelente trabajo ha sido reconocido con un buen número de premios nacionales e internacionales y es un reconocido referente para muchos profesionales.

Hoy las normativas técnicas de la construcción dificultan cada vez más la edificación con materiales tradicionales. Estas normas excluyen generalmente de toda regulación cualquier producto o solución constructiva no industrializados, a pesar de la más que probada calidad y muy superior durabilidad de los medios tradicionales. Pese a ello, se mantienen en lo posible los criterios de restauración marcados por las intervenciones precedentes.

Al mismo tiempo, el éxito de lo realizado hasta la fecha ha sido tal que actualmente Albarracín se ha convertido en un reclamo turístico de primer orden, con las ventajas e inconvenientes que esto supone para la vida en la ciudad. Se hace por ello acuciante la regulación y limitación de este flujo de visitantes, cuestión en la que trabaja hoy activamente la propia Fundación.

Pese a estos incipientes problemas, el trabajo de varias décadas ha convertido a Albarracín no sólo en un conjunto arquitectónico armónico, sin estridencias, ni siquiera en su entorno próximo, y en un excelente estado de conservación, sino también en una ciudad que puede volver a mirar con optimismo hacia el futuro y que ha salido del abismo demográfico en el que siguen cayendo numerosas regiones del interior de la Península Ibérica.
 

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