Academia

Torner

Centenario en la Academia [Obra 1977-2008]

La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando conmemora el aniversario del nacimiento de su académico de número, Gustavo Torner (Cuenca, 1925), con esta exposición comisariada por Arturo Sagastibelza, e integrada por destacadas pinturas de gran formato de la etapa de madurez del artista, procedentes —excepto la que forma parte de la colección del propio Museo de la Academia— de colecciones particulares que las han cedido para esta ocasión única, y por tanto con el valor añadido de ser en gran medida inéditas.

Torner es una figura clave del arte español, perteneciente a la llamada segunda generación abstracta o generación de los años cincuenta del pasado siglo. Su obra, muy diversa y difícil de clasificar, se adscribe por lo general a la vertiente más lírica, construida e intelectual del arte, alejada de esa otra línea expresionista de «veta brava» representada por el grupo El Paso.

La exposición reúne trece de estas pinturas de gran formato, realizadas entre 1977 y 2008, muy variadas formal y conceptualmente, que configuran una buena representación de esa síntesis de culturas, civilizaciones y tiempos -a la par que de recursos, técnicas y procedimientos- que caracteriza la obra de Torner; un excelente testimonio de la densidad y riqueza de este momento esplendoroso de su pintura.

Su contribución resultó decisiva para conseguir que Fernando Zóbel (1924-1984) instalara en las Casas Colgadas de Cuenca su colección de arte, en lo que será el Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca, inaugurado en 1966, caso único de museo privado creado, dirigido y mantenido exclusivamente por artistas; un museo que Alfred H. Barr, fundador y primer director del Museum of Modern Art (MoMA) de Nueva York, no dudó en calificar tras visitarlo, como «el pequeño museo más bello del mundo». Este museo ejerció una profunda transformación sociocultural en Cuenca, atrayendo a numerosos artistas y revitalizando la ciudad, convertida en uno de los focos protagonistas y difusores del arte español contemporáneo, hasta el punto de que la historiografía artística ha dado en denominar «Grupo de Cuenca» al integrado, principalmente, por los tres artistas fundadores del museo: Fernando Zóbel, Gustavo Torner y Gerardo Rueda (1926-1996); un grupo sin manifiestos ni proclamas, ya que nunca tuvieron intención de constituirse como tal, pero cuya afinidad queda definida por eso que se ha llamado la «estética de Cuenca», de reconocido influjo en la generación artística posterior.

La trayectoria creativa de Torner se ha desarrollado a lo largo de más de ochenta años —sus primeras obras conservadas datan de los años cuarenta— sin limitarse a los campos habituales en los que suele desplegar su labor el artista plástico. Aparte de su ya extenso catálogo de pinturas, esculturas (muchas de ellas monumentales, repartidas por la geografía española, como Reflexiones I, de 1972, que popularmente ha dado nombre a la «Plaza de los cubos» en Madrid), dibujos, collages o estampaciones en las más diversas técnicas, se ha adentrado de manera muy amplia en ámbitos creativos por lo habitual ajenos a ese quehacer, como puede ser el diseño de tapices y alfombras, el diseño textil y de mobiliario, la vidriera (con un inigualable conjunto de vitrales en la catedral de Cuenca), el mosaico, la fotografía, el diseño gráfico; o nada menos que en la escenografía y los figurines para obras de teatro, ópera y zarzuela; también ha realizado una labor ingente en el campo de la arquitectura y la ordenación de espacios, con trabajos tan variados como el diseño de librerías y galerías de arte, refugios forestales, el trazado de mausoleos familiares, la colaboración en planes de urbanismo, la policromía de fachadas de toda una urbanización, o el diseño de las tiendas de la firma Loewe en Nueva York, Palma, Barcelona, Zaragoza, Granada, Madrid, Valencia, París, Londres y Bilbao.

A esa larga lista, debemos añadir su trascendental labor sociocultural en el campo de la museografía, con el diseño y montaje de pabellones feriales, museos privados y numerosas exposiciones, entre las que cabe destacar todas las realizadas por la Fundación Juan March entre 1975 y 2002; también el diseño y montaje de museos, como el Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca, el Museo Tesoro Catedral de Cuenca, diversas remodelaciones del Museu Fundación Juan March de Palma y del Museo del Prado, el diseño del Centro José Guerrero de Granada, también el del museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, o el del dedicado a su obra en Cuenca, el Espacio Torner. Como se deduce de esta simple enumeración, su aportación al arte y la cultura es de una relevancia capital, y su figura –que encaja perfectamente en ese tópico del artista renacentista- es de muy difícil comparación en la esfera nacional e internacional.

Torner, ingeniero de montes de formación, se interesó desde muy joven por el arte. Ya antes de acabar la carrera, sus profesores, captando su habilidad para el dibujo, le encargaron la realización de una serie de láminas de botánica a la acuarela para publicaciones científicas; un reto que resolvió con tal brillantez que lo animó a seguir en ese camino de una forma autodidacta. Su obra de los años cincuenta es acorde con las corrientes figurativas discretamente renovadoras del momento, pero mediada la década su pintura deviene plenamente abstracta, un peculiar informalismo matérico, de ricas texturas y alejado de lo gestual, que despertó el interés de algunos críticos, en especial de Juan Eduardo Cirlot. Es, quizá, la etapa más conocida de Torner, la que culmina con sus composiciones binarias a modo de «paisaje» simplificado en dos zonas contrastadas. Su evolución posterior, en los sesenta, le conduce hacia una pintura más compleja, «construida» y mental, con mucha frecuencia «objetual», hasta el extremo de ser en ocasiones una obra –construcciones o ensamblajes- sin gota de «pintura»; es el momento de sus conocidos homenajes a distintas figuras de la cultura, el arte o la ciencia de todos los tiempos.

En la década de los setenta Torner se dedica con gran intensidad a la escultura, y muy especialmente a la monumental -dejando más de treinta repartidas por la geografía española-, con la inevitable ralentización que eso supone para su obra bidimensional. Es al final de esa década cuando retorna con energía renovada a la pintura. Mas, aun siendo el mismo artista reflexivo y mental de siempre —sin menospreciar por ello el gran peso de lo inconsciente en el proceso creativo— lo hace desde una posición un tanto distinta, con «un tipo de obra de naturaleza más empática, romántica, subjetiva, o, cuando menos, menos irónica y distante», en palabras de Francisco Calvo Serraller. Parecen reflejar sus nuevas pinturas el entusiasmo y la vitalidad de una segunda juventud, pero con el dominio y la sabiduría de un artista consumado. Son obras, por lo general, de gran impacto visual y poderosa presencia física, por sus grandes dimensiones, por su exuberancia y variedad de colorido, por su formato —muchas veces irregular— o por su complejidad compositiva, resuelta a través de los más diversos paneles, elaborados individualmente, que se conjugan conformando polípticos.

Arturo Sagastibelza
Comisario de la exposición

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